Él es una linda persona, amable, paciente, y educada, sin embargo en su perfil de Facebook odia a todo el mundo, es grosero e irreverente y sus comentarios siempre hacen reír a todo el mundo.
Ella, es muy empática con cualquier causa buena en sus redes sociales, en Twitter es una inquebrantable defensora de los derechos humanos, en Facebook “postea” mensajes de amor y compasión todos los días; pero en persona es amargada y odia a todo el mundo.
Por qué?
Internet nos da esta sensación de libertad que no se corresponde a nuestro exclusivo entorno social. A través de las redes sociales, “vendemos” a los demás los mejores aspectos de nuestra personalidad, o en otros casos, la imagen que nos gustaría que los demás tengan de nosotros aunque alteremos un poquito nuestra realidad.
Ésto, hasta cierto punto es normal. Quién quiere subir una foto en su peor ángulo? o, a quién le encanta “presumir” sus defectos ante amigos y familiares?
Por supuesto que nadie.
El problema es cuando la gente lleva una doble vida dentro y fuera de la red.
La necesidad de pertenencia a cierto sector, los ideales frustrados de una persona, las “verdades” que jamás se atrevería a decir en su entorno real, las puede exponer libremente allí, si se crea uno o varios perfiles falsos.
Los gustos culposos, las opiniones sobre temas por las que siente que en su día a día, en su vida real sería severamente juzgado, aquí, en las redes, pueden salir libremente y sin censura.
La, cada vez más frecuente, posibilidad de estar pegados a este mundo a través del teléfono o una tablet, puede llegar a confundir a estas personas que basan su autoestima en el número de “followers” o a la cantidad de “likes” que reciben; este submundo idealizado se transforma en “su” mundo ideal, ya sea suplantando la identidad de un artista famoso o creando personajes ficticios, lo cual suple una necesidades emocional no suministrada por su realidad personal y directa, pero que al final (inevitablemente) empeorará pues su vida, no es ese personaje que ha construido, y cada vez le será más difícil diferenciar entre la realidad que ve y vive dentro de las redes y lo que tiene a mano en su vida cotidiana.
Consecuencias: frustración, baja autoestima, depresión, falta de interés por el entorno y la convivencia cara a cara, inseguridad de mostrar su verdadera personalidad. Problemas que a la larga generarán más una molestia e incluso llegando al punto de la patología y que deberán ser atendidos por médicos psicoanalistas o psiquiatras.
visiondemujer
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