viernes, 28 de diciembre de 2018

Cómo parecer un experto en vinos

Posted By: CLAUDIA CORIN - diciembre 28, 2018

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A menudo el mundo del vino resulta críptico e incluso elitista para todos aquellos neófitos que a duras penas distinguirían un tinto de un blanco en una cata a ciegas (ojo, que es algo más habitual de lo que puede parecer a priori). Poco a poco, someliers, enólogos, restauradores, bodegueros y otras gentes del sector trabajan para eliminar ese halo de ciencia minoritaria y llena de recovecos que ha rodeado tradicionalmente al universo del vino, y que en ocasiones puede alejar a muchos consumidores avergonzados de su desconocimiento. 

“El vino conecta con sabores, aromas y matices profundamente personales, de manera que cualquier recuerdo gustativo que tengamos estará más que justificado”. Hay, sin embargo, momentos en la vida en que nos vemos obligados a catar un vino y no somos capaces ni siquiera de agitar la copa con cierta dignidad. Se apodera de nosotros un miedo escénico que puede con todo y lo único que deseamos es convertirnos en los impostores ideales. 
Estos son algunos tips para salir del apuro.

1. Paso uno: observar

Antes de catar, conviene observar la copa para buscar los colores. Alzarla levemente, inclinarla y observar la tonalidad del vino nos dará información sobre lo que tenemos entre manos. “Si es más transparente nos encontramos ante un vino prensado y filtrado, sin madera”, mientras que uno de un color más potente, incluso más espeso, nos hablará “de madera, de envejecimiento, de frutas maduras”. Prácticamente con observar un vino, en catador avezado ya sabrá si será de su agrado. Cuidado, porque no debemos caer en un error común en los novatos: de momento no hay que agitar la copa.

2. Seguimos: el olfato

Un buen catador introducirá bien la nariz en la copa para poder percibir todos los olores que emergen de ella. La expresión circunspecta es opcional, siempre que se aspire profundamente y consigamos que esos olores nos transporten a lugares que probablemente solo conocemos nosotros. Lo primero que notaremos es si estamos “ante frutas maduras o verdes, lo que nos indicará si el vino es más consistente, con más cuerpo y estructura o, por el contrario, un vino más cítrico y fresco”.

Cuando ha habido envejecimiento, el abanico de olores crece: “pan tostado, mantequilla, vainilla, frutos secos...”. Y aquí suele llegar uno de los principales errores del catador neófito: un vino con barrica no tiene por qué ser mejor que uno fresco y joven sin ella. De hecho, a menudo cometemos el error de comprar en el super vinos económicos envejecidos creyendo que estamos ante una ganga y que son mejores que un buen vino joven y fresco, y estaremos cometiendo en la mayoría de casos un error de novatos.

Hay vinos jóvenes excelentes, que funcionan a la perfección con algunos platos y en determinados momentos, cuya calidad supera con creces la de otros vinazos de intenso color y potente estructura que parece que prácticamente se pueden masticar. Hay que valorar otros factores para determinar si estamos o no ante un gran vino: matices, complejidad, persistencia, equilibrio, acidez, personalidad. Y la barrica no siempre es sinónimo de que todos funcionen.

3. Ahora sí: el meneíto

Qué sería de la puesta en escena en una cata sin agitar la copa para oxigenar el vino? Si no nos sale bien hacerlo al aire (algo muy probable si somos recién llegados al mundillo), colocamos la copa sobre la mesa y listo. “Al oler el vino por segunda vez, tras agitar la copa, descubriremos aromas que no habíamos percibido. Nos encontraremos con matices diferentes, lo que nos demuestra que el vino es algo vivo, que no para de evolucionar”.

4. Y en boca...

“Es fundamental tomarnos esta parte de la cata como un juego: probar a aventurar sabores, compararlos con los de nuestros compañeros de mesa... En definitiva: abrir la mente”. Tras depositar el vino en la boca, “y buscar la acidez en la lengua”, es importante “remover bien el vino por todo el paladar, y tomar aire mientras catamos, pues es lo que nos hablará sobre el retrogusto, nos aportará sabores mezclados con aromas”.

Este suele ser el momento en el que el neófito empieza a ponerse nervioso por si no es capaz de descifrar el contenido de la copa, para lo que conviene recordar que “el vino es uva”. Lo que significa que debemos actuar con él del mismo modo que haríamos con una fruta: “buscar una primera sensación de melocotón, albaricoque, frutas tropicales...”.

5. La persistencia

Es importante discernir si nos hallamos ante un vino largo o corto. “Los grandes vinos son largos, persistentes, permanecen en nuestro paladar después de haberlos degustado”.

6. La versatilidad

Una vez hemos resuelto con éxito los puntos anteriores, es importante fijarnos en qué platos podrían ser grandes compañeros de viaje del vino que estamos degustando, y en el caso de que nos encontramos en una cena, si el maridaje está siendo acertado. Para ello, hay que tener en cuenta una serie de aspectos. “Los vinos con estructura van bien, por poner un ejemplo, con quesos, mientras que los más frescos y cítricos funcionan con ensaladas o escabechados”.

Es un error creer que el queso debe maridarse siempre con vinos blancos, pues “un tinto bien fresco o un Jerez maridarán a la perfección con una tabla de quesos”. 

7. Algunos datillos nunca van mal

Sin tener por qué ser unos expertos y conocer al dedillo todas las variedades de uva, hay algunos datos resultones que podemos lanzar en la mesa en un momento dado. 

lavanguardia

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