Al final, casi sin saber cómo, llega ese día en que te vuelves frío. El corazón se endurece y admite menos ambigüedades, se vuelve cauto y menos ilusionado con ciertas cosas. Sin embargo, quienes nos rodean no terminan de entender ese cambio. Es entonces cuando acontece la “magia”: los demás empiezan a valorar la persona que eras antes.
Quien diga que las personas no cambian se equivoca. El ser humano no varía sus comportamientos ni su estilo de personalidad de un día para otro como quien chasquea los dedos. El proceso del cambio es algo más íntimo, pausado y hasta descarnado, porque más que cambiar, crecemos. Algo así solo se consigue tomando plena conciencia de nuestras limitaciones y agujeros negros.
En este nuestro complejo viaje por la vida, volverse frío no es ni mucho menos una derrota. Es un simple mecanismo de defensa. Porque la existencia no implica solo hacer frente a las complicaciones del día a día, es esencial que seamos capaces de construir nuestros propios procesos de supervivencia.
Hasta el corazón más enamorado se cansa de ser lastimado, y entonces, se vuelve algo más frío, con más muros y espinas. Es precisamente en este momento cuando los demás, empiezan a valorar la persona que eras antes.
Jeffrey Kottler es uno de los divulgadores más conocidos en la psicología del proceso del cambio. Con libros como “Cambio: lo que realmente conduce a una transformación personal duradera” nos enseña algo esencial. Es lo siguiente:
Las personas cambiamos por necesidad y para sobrevivir con mayor eficacia.
Ahora bien, hay un detalle que no deja de ser realmente interesante. Por ejemplo, cuando pasamos un tiempo sin ver a una persona y al reencontramos,es posible que percibamos algo diferente. Ante ese cambio en su actitud, nos preguntamos aquello de “¿pero qué le habrá pasado?”.
Tal y como nos indica el doctor Kottler, las personas no hacemos grandes transformaciones de un día para otro. Tampoco es necesario que experimentemos hechos puntuales de gran impacto para cambiar.
Nos basta el rumor del día a día, la cotidianidad de las pequeñas decepciones, de palabras dichas o no dichas, de las ausencias, de las renuncias continuadas y del darlo todo sin recibir nada.
Son pequeñas motas de arena que poco a poco crean auténticos desiertos emocionales, propiciando a su vez un cambio con una clara necesidad: empezar a priorizarse a uno mismo para sobrevivir. Así, y por curioso que nos resulte esto es en realidad un proceso completamente normal.
Estudios como el llevado a cabo en Universidad de Colgate, Hamilton, Nueva York, nos indican que dentro del desarrollo de la personalidad, los cambios no solo son esperables, sino necesarios. Es un modo de ajustarnos a nuestra auténtica personalidad.
Te vuelves frío cuando los golpes de la vida te han machacado tanto que no puedes continuar recibiéndolos como si nada. Te vuelves frío cuando las personas que tu alrededor no te valoran, te manipulan, te decepcionan… Al final, hasta que no te vuelves frío no se percatan de cuánto vales.
Defendernos de los egoísmos que nos acechan
El corazón frío es la mente que se ha cansado de esperar. Es nuestra autoestima poniendo la voz de alarma y el autoconcepto saliendo por la puerta de emergencia en busca de una solución. Ser un poco más frío es la respuesta temporal ante las disonancias de la vida. Es poner líneas rojas para que germine de nuevo el amor propio.
Lo más probable es que las personas más cercanas a nosotros perciban ese cambio y se pregunten qué ocurre y por qué razón ya no somos esas criaturas solícitas y manejables de antes.
Es posible también, que lejos de entender dicho cambio, se sientan molestos al no encontrar esa cerradura en nuestro corazón donde antes, abrían todas nuestras puertas para saciar sus egoísmos. Esta transformación nos permite además profundizar en diversos aspectos que te señalamos a continuación.
Cosas que ha aprendido el corazón frío
La persona con el corazón un poco más frío -que no muerto, ni yermo ni apagado- ha entendido que las cosas no pueden ser siempre como uno/a desea. Hay que aceptarlas tal y como son y actuar en consecuencia.
También sabemos que la vida, a veces, no es justa y que las personas no siempre son leales ni respetuosas. De ahí, debamos evitar enfocar nuestra existencia en lo que hagan o dejen de hacer los demás para validarnos a nosotros mismos. Algo así implica sacrificar nuestro amor propio.
Cada decepción vivida, cada chantaje experimentado y cada vacío almacenado ha hecho que se encienda muy a menudo el “gorjeo” de los pensamientos negativos en nuestra mente. Ahora bien, después de haber alcanzado la calma y visto las cosas desde el ventanal de un corazón un poco más frío, entendemos que solo hay dos opciones: apegarnos a la propia negatividad o desinfectarla. Optamos por lo segundo.
A veces, todo lo que se desvanece y muere en nuestro interior nos devuelve de pronto a la realidad. Un corazón un poco más frío y prudente mira las cosas con más templanza, para decidir qué se queda y qué se va de nuestras vidas, y lo creamos o no no hay nada malo en ello. Porque cambiar es crecer y ganar en dignidad.
Un proceso natural por el que finalmente acaba pasando la luz a través de nuestras cicatrices. Y tú… cuándo te vuelves frío?
lamenteesmaravillosa
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