Las Reinas Santas de la Iglesia usaron su poder para ayudar al pobre, propagar la fe y defender a su pueblo de la destrucción
Santos como el Rey Luis de Francia y el Rey Eduardo el Confesor son bien conocidos por sus ilustres y santos reinados, y la iglesia celebra a estos santos de la realeza con gran fervor. Sin embargo, las reinas santas de la Iglesia fueron también gobernantes piadosas y muy capaces en su propio camino. Ellas usaron su poder para ayudar al pobre, propagar la fe y defender a su pueblo de la destrucción. A continuación algo de la historia de las más impresionantes reinas canonizadas.
1. Santa Elena
Quizás una de la más reconocidas y amadas de las reinas santas es Santa Helena (también conocida como Helena o Helene). Fue madre de San Contastino el Grande, el famoso Emperador Romano que instituyó la tolerancia política de la cristiandad en el imperio.
Oriunda de una familia humilde, Elena se casó con un hombre llamado Constancio Cloro, que más tarde la hizo a un lado para casarse con una mujer noble para seguir con sus ambiciones políticas. Cuando Constantino el Grande eventualmente se convirtió en emperador, le otorgó a su madre el título de «Augusta» y la trató con el mayor respeto.
Más tarde en su reinado, ella fue encargada por su hijo de viajar a Jerusalén para encontrar la Santa Cruz en la cual Cristo fue crucificado, una misión que emprendió con gran celo aunque estuviera delicada de salud.
Ella no solo llegó a encontrar la Cruz, sino también la tumba del Señor, y continuó hacia otros lugares importantes relacionados con la vida y el Ministerio del Señor, construyendo más de 80 iglesias a medida que avanzaba. Murió antes de culminar su más grande proyecto, el templo que ahora es la iglesia del Santo Sepulcro.
En la actualidad, Elena es recordada como «Igual a los apóstoles" por su descubrimiento de la Santa Cruz, y casi nunca es representada sin la Santa Cruz o su hijo.
2. Santa Isabel de Hungría (foto post)
La vida de Isabel fue corta y trágica, pero llena de hazañas milagrosas. Hija de un Rey de Hungría, Isabel fue prometida a una edad temprana con el noble alemán Ludwig de Turingia, y fue llevada a vivir a la corte de Turingia para aprender sus costumbres y convertirse en mejor compañía para su prometido.
Ella era una joven muy piadosa y su familia política la ridiculizó inmisericorde por su sencilla forma de vestir y sus constantes vigilias de oración, aunque su futuro esposo estuvo impresionado con su fe.
Isabel y Ludwig se casaron en 1221, cuando ella tenía 14 años, y por un tiempo fueron felices. Tuvieron tres hijos. Ludwig se convirtió en gobernante de Turingia e Isabel utilizó su posición real para promover sus intereses caritativos.
Un encuentro con un grupo de frailes franciscanos en 1223 la afectó profundamente, tan profundamente que inmediatamente declaró que quería su vida reflejara a Francisco en todos los sentidos.
Ella distribuía todos los días y en persona pan a los pobres, personalmente atendía a los enfermos y a las víctimas de los desastres naturales, e incluso regalaba objetos de valor de la tesorería real.
Su marido, aunque amoroso y comprensivo, no siempre estaba de acuerdo con el santo fervor de su esposa. Una vez, molesto con las largas horas que ella empleaba dando pan a los pobres, él la detuvo al momento que ella salía y le exigió entregara toda la comida que tenía bajo su manto. Cuando abrió el manto, Ludwig no veía pedazos de pan, sino una visión de deslumbrantes flores radiantes de aroma dulce. Inmediatamente se arrepintió y la dejó pasar.
En otra ocasión, Isabel recostó un leproso en la misma cama que compartía con Ludwig, y de nuevo molesto, trató de quitar las sábanas contaminadas, pero se detuvo cuando el leproso ante él se transfiguró en Cristo crucificado.
En 1227, Isabel quedó devastada cuando su amado esposo murió de fiebre. Afligida declaró que si Ludwig estaba muerto, todo el mundo estaba muerto para ella también, y vivió el resto de su vida como parte de la Tercera Orden Franciscana a pesar de la presión de la familia real, atendiendo a los pobres y enfermos hasta su muerte a la edad de 24 años.
3. Santa Tamara
Es otra de las amadas santas de las Iglesias orientales. Tamara reinó como cogobernante de Georgia con su padre George desde la edad de doce años hasta su muerte, cinco años más tarde cuando asumió el gobierno.
Mientras muchos nobles georgianos juraron lealtad a ella, varios no estaban tan seguros de que una mujer pudiera gobernar por sí sola. Los primeros años del reinado de Tamara estuvieron plagados de intentos de la nobleza para sabotear su reinado o bien aprovecharse de su ingenuidad.
El más notable intento que fue impuesto por el consejo noble fue su primer matrimonio con un grosero y abusivo borracho llamado Yuri. Rápidamente convenció al noble consejo de disolver el matrimonio y después de dos intentos previos, Yuri se desapareció en el anonimato de su embriaguez.
Tamara presidió una época dorada del arte y la cultura en Georgia, y también probó ser una hábil estratega militar cuando los ejércitos persas trataron de invadir sus tierras. Ella rechazó dos invasiones importantes, y era famosa por marchar a la cabeza de su ejército dirigiéndose descalza a las puertas de la ciudad para ver a sus enemigos marcharse, después de lo cual ella caminaría hasta una capilla solitaria del monasterio para orar antes del icono de la Theotokos (la Madre de Dios) por su victoria.
A lo largo de su vida, Tamara ayunó secretamente, hizo numerosas vigilias, y durmió en una cama de piedra. Ella también generosamente dotó de monasterios e iglesias a la región, y talló una ciudad monástica de piedra en Vardzia donde ella era conocida por asistir al ayuno de Cuaresma.
Ella murió después de una misteriosa enfermedad, y es uno de los santos más queridos, así como una venerada figura nacional de Georgia en la actualidad.
4. Santa Batilda
De joven, Batilda fue capturada por daneses que invadían territorio anglosajón y fue vendida a un oficial en jefe de la corte del rey Clovis II de Francia, donde se convirtió en una sirvienta. Batilda encantó a todos, desde el más humilde hasta el más importante, con su encanto y dulzura, haciendo pequeños favores a los otros sirvientes como la limpieza de sus zapatos y remendar su ropa.
El oficial al que había sido vendida se llevó bastante bien con ella, pero Batilda no quería tener nada que ver con él. Se disfrazó de anciana en harapos y el oficial, asumiendo que huyó, se casó con otra.
Sin embargo, una vez que ella se quitó su disfraz, fue notada por el rey, que cayó profundamente enamorado de ella. Ella aceptó su propuesta de matrimonio y a los 19 años de edad, se convirtió en reina de Francia.
Batilda nunca olvidó que había sido una esclava, y dedicó su reinado, después de la muerte del Rey Clovis, a aliviar el sufrimiento de los oprimidos. Bajó los impuestos a los pobres, prohibió la venta de súbditos franceses, acumuló vastos fondos para la manumisión de esclavos, y declaró que cualquier esclavo que pisara Francia era considerado liberado.
Ella también construyó muchas abadías y hospitales, y cuando su hijo ascendió al trono, ella tomó los hábitos en Chelles. Cuando ella murió, tenía una visión de una escalera que llegaba al cielo, que subió en compañía de los ángeles.
Uno de los aspectos más reconfortantes y alucinantes de la teología católica es nuestra creencia en la comunión de los Santos, y que esos santos vienen de cualquier ámbito de la vida, desde el más humilde hasta el más importante.
pildorasdefe
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