Por qué la nobleza europea de los siglos XVIII y XIX llevaba colgantes con ojos pintados.
Para casarse, el aún príncipe de Gales tenía que contar con el consentimiento de su padre, el rey Jorge III.
A finales del siglo XVIII, mientras su padre Jorge III estaba perdiendo colonias en América, él estaba perdiendo su razón y corazón por una viuda llamada María Fitzherbert.
La había conocido en la ópera en Londres y poco después, en marzo de 1784, el enamorado príncipe de Gales declaró su deseo de casarse con ella.
Desafortunadamente para él, la ley estipulaba que hasta que cumpliera 25 años de edad no se podía casar sin el consentimiento del rey, y sólo tenía 21.
La probabilidad de que su padre le permitiera casarse con una viuda católica era tan diminuta como la de que su muy religiosa María se convirtiera en su amante sin pasar por el altar.
Desesperado, el príncipe escenificó un intento de suicidio, con la esperanza de que al verlo cubierto en sangre, María prometería casarse con él.
Bajo tal presión, ella aceptó, pero al otro día recobró su cordura y se fue de Inglaterra a Europa, donde permaneció durante más de un año, esperando a que el amor del príncipe se desvaneciera.
María Fitzherbert era 6 años mayor que el príncipe de Gales y dos veces viuda.
Eso no ocurrió: en una carta fechada el 3 de noviembre de 1785, el príncipe le volvió a proponer matrimonio, le rogó que retornara a Inglaterra y, en vez de un anillo, le envió un Ojo.
"P.S. Te mando un paquete... y te mando al mismo tiempo un ojo; si no te has olvidado completamente de mi semblante, creo que el parecido te sorprenderá", decía.
Suena macabro, pero el futuro rey Jorge IV se refería a una pintura miniatura de su ojo derecho creada por su amigo, el célebre miniaturista Richard Cosway.
No sabemos si el ojo fue un factor importante en su decisión pero lo cierto es que María Fitzherbert volvió a Inglaterra y se casó con el príncipe, en una ceremonia secreta, el 15 de diciembre de 1785.
La aristocracia europea llevó consigo estas miniaturas que declaraban en público amores muy privados.
En Francia, estaba de moda entre los hombres que los botones de sus chalecos fueran grandes y con imágenes. Así que los botones crecieron y crecieron tanto que algunos en algunos cabían hasta pequeños paisajes.
Eran, en efecto, pinturas diminutas. "Tenían también botones con ojos genéricos. A partir de estos nació la moda de los retratos de ojos de individuos específicos".
Fue así como se le ocurrió al príncipe de Gales enviarle su ojo a su amada María Fitzherbert.
Poco después de la clandestina boda, Cosway pintó el ojo de la novia para el príncipe; así, los amantes podían llevar consigo la mirada del amado sin que su anonimato se viera comprometido.
No obstante, "el príncipe se paseaba por la Ópera de Londres con el ojo de su María a la vista, colgado de un brazalete. Y la relación de ellos era un secreto a voces" así que todo se supo.
El romántico gesto inspiró una moda entre la nobleza británica que después se extendió a Europa, y tuvo su apogeo en las primeras décadas del siglo XIX.
Los ojos se usaban en el cuerpo para darle a las relaciones íntimas una luz pública, con una estrategia subyacente.
Aunque había quienes los llevaban abiertamente, como en el caso de madres que hacían retratar los ojos de sus niños.
Y así lo hicieran, los retratos de ojos, aunque usualmente incluían las cejas, quizás un mechón de pelo, de pronto un asomo de las patillas o hasta de la nariz, insinuaban pero nunca revelaban la identidad de la persona.
Un borde de nubes a menudo rodeaba la imagen, acentuando el aire de misterio.
Sólo el dueño del ojo y quien llevaba el retrato lo sabían: uno de los más íntimos mensajes hechos en público.
Jorge IV tuvo cuatro relaciones importantes aparte de la de Fitzherbert: su primera amante, la actriz y escritora Mary "Perdita" Robinson; la condesa de Jersey, que diseñó su matrimonio cínico con la desafortunada Caroline of Brunswick y luego hizo todo lo posible para destruirlo; y finalmente dos marquesas, de Hertford y Conyngham.
Maria Fitzherbert era ciertamente la más bella y la más digna, en su devoción al Príncipe a pesar de sus locuras. Según los relatos contemporáneos, él estaba en su mejor momento cuando estaba con ella.
Cuando el Rey murió, tenía una miniatura pintada por Cosway de su amada en el cuello.
BBC
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