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martes, 16 de enero de 2018
El silencio como castigo al otro
Posted By: CLAUDIA CORIN - enero 16, 2018El silencio puede ser la respuesta a muchos conflictos. Dejar de hablar a alguien es una vía que algunos utilizan para expresar su enfado, su inconformidad o sus reproches. Una conducta paradójica que sin decir nada, lo está diciendo todo. Una estrategia de manipulación y chantaje emocional que muchas personas utilizan para castigar al otro.
Hablar con alguien tras un conflicto que parece no tener solución, no suele ser agradable. Pero si en lugar de intentar establecer un diálogo, se elige el silencio la situación puede ser aún peor. Callarse tras una discusión suelen acompañarse de una incómoda tensión emocional. Una sensación desagradable que puede desembocar en más odio y rencor.
En algunas situaciones, puede que los participantes elijan el silencio para bajar su nivel de enfado. Una decisión momentánea para calmarse y retomar la conversación con el objetivo de llegar a un punto medio. En estos casos, el uso del silencio es una estrategia positiva para aliviarse y dar paso a una conversación más calmada.
Existen también aquellos que a pesar de lo sucedido evitan el diálogo o rechazan cualquier intento de comunicación del otro. No quieren hablar y ni siquiera mantienen un contacto visual. Hacen como si la otra persona no existiera. Esto genera mucho sufrimiento en quien intenta solucionar lo ocurrido ya que de algún modo es despreciado e ignorado por el otro, es decir, ninguneado.
En estos casos, dejar de hablar a alguien es utilizado como un castigo para que el otro se doblegue y someta. Una conducta infantil que no resuelve nada, pero que sí genera mucho daño y funciona como una gratificación egoísta para el que la pone en marcha.
A veces, el peligro no solo se encuentra en las palabras. Como vemos, el silencio también puede ser un arma de doble filo con mucho poder. Una actitud pasivo-agresiva que violenta al otro de forma implícita e incluso, puede llegar a generar hasta sentimientos de culpa.
Lo que en un principio parece ser una conducta carente de información, lleva consigo múltiples significados. Y lo peor de todo, no está claro nada. No recibir respuesta por parte del otro genera una sensación de incertidumbre difícil e incómoda de soportar.
Para la persona que deja de hablar existen razones claras que justifican su comportamiento, al igual que unas expectativas sobre cómo acabará todo. Pero quizás habría que cuestionárselos. Lo más seguro es que la persona a la que le ha negado el habla, no comprenda muy bien qué sucede. Incluso, su método puede que no sea tan efectivo como piensa, ya que lo único que genera es distancia.
Las personas con recursos emocionales sabrán manejar este tipo de situaciones e incluso, poner límites si la situación se lleva demasiado lejos. Pero quienes carecen de ellos pueden sumergirse en una espiral de dependencia y malestar, quedando atrapadas. Estas ofrecerán todo tipo de cosas para satisfacer al otro con tal de poner fin.
Por otro lado, también hay momentos en los que el silencio puede ser una buena opción. Sobre todo en aquellos en los que la ira nos sobrepasa y lo único que barajamos es acusar, criticar o herir al otro. En este tipo de situaciones, nada mejor que dejar de hablar como medida de precaución. Aunque si avisamos de que necesitamos un tiempo, será mucho mejor.
Callarnos para recuperar la calma aliviará nuestra tensión y de esta forma, seremos capaces de conversar con el otro de forma más tranquila. Es cierto que a veces nos tendremos que enfrentar al reto de dialogar, aún estando enfadados. Pero la solución no es el silencio, sino intentar comprender lo ocurrido, teniendo en cuenta tanto la perspectiva del otro como la nuestra.
Conversar estando en desacuerdo no es fácil, pero tampoco imposible. Lo importante es tener la intención de comprender y no de juzgar, de llegar a un acuerdo y no de tener la razón.
La comunicación no violenta o empática, puede ser una buena alternativa. Aprender a hablar desde el corazón, cuidando nuestro lenguaje. Este tipo de comunicación implica ir más allá de nuestras necesidades, teniendo en cuenta al otro, escuchándole. Una buena forma de relacionarnos que construye puentes en lugar de barreras.
psicoactiva
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