10 de Enero - Día Mundial de las Aves
Celebración que tiene como objetivos generales:
Acercar el mundo de las aves y sus hábitats al público en general. Que el interés por las mismas anime a una mayor participación y apoyo a la conservación.
Dar a conocer las amenazas a las que se enfrentan las aves y las medidas de conservación necesarias para su supervivencia.
Las aves no conocen fronteras políticas, por lo que para su protección es necesaria la colaboración internacional. Entre los principales pasos que se están dando está la creación de Zonas de Especial Protección para las Aves, que constituye una red promovida por la Unión Europea.
Las aves no conocen fronteras políticas, por lo que para su protección es necesaria la colaboración internacional. Entre los principales pasos que se están dando está la creación de Zonas de Especial Protección para las Aves, que constituye una red promovida por la Unión Europea.
El Hornero es el ave nacional de Argentina.
Este ave sudamericana habita en Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia, pero en Argentina tiene un valor especial. Desde 1928 fue denominada el Ave de la Patria, o Ave Nacional, por la Asociación Ornitológica del Plata –organización conocida como Aves Argentinas. La elección se realizó por medio de una encuesta organizada en conjunto con el diario La Razón. Una de las principales razones que llevaron a tomarlo como estandarte –y a ganarle al cóndor andino y al chajá, entre otros, es que no es característico de un solo punto del país, sino que su presencia se extiende prácticamente por todo el territorio argentino. Es un ave sociable que habita cerca de las personas y es conocido como un animal laborioso, debido al potente nido que construye usando su pico como única herramienta.
El hornero mide alrededor de 20 centímetros y posee plumas de color terroso. A pesar de su aspecto simple, es dueño de una gran reputación. Mencionado en numerosos poemas y canciones, alrededor suyo se han construido muchos mitos y leyendas, pero sobre todo se lo ha identificado con la propiedad de brindar buen augurio. En algunas regiones del país se lo conoce como “casero”; en Brasil se llama Joao do barro, en Bolivia, Ticuchi, y en Paraguay, Alfonsito. Es insectívoro –se alimenta de hormigas, pequeñas arañas o larvas– y tiene hábitos sedentarios. Por lo general vuela siempre cerca del nido, en busca de materiales para la construcción o de alimento para sus pichones.Este ave constructora habita tanto en el campo como en las ciudades: puede asentar su nido en árboles, postes o cornisas de edificios. La clave para elegir el lugar donde instalarse suele ser la presencia de agua, ya que eso le garantiza conseguir el barro que necesita para fabricar su refugio.
“La casita del hornero tiene alcoba y tiene sala”, describe una poesía que Leopoldo Lugones le dedicó a esta especie. Este concepto está basado en la realidad de su nido: en el interior siempre hay un tabique que divide el sector de entrada y la cámara de incubación. De esta manera impiden el paso de los depredadores y protegen a los huevos de los vientos.
El nido que moldean pesa entre cuatro y cinco kilos y es sumamente resistente: puede soportar hasta 100 kilos y mantenerse firme a pesar del sol o las tormentas. Construirlo les lleva entre seis y quince días, según las condiciones del ambiente. Para ello utilizan principalmente barro, paja y raíces, entre otros materiales del entorno.
Otra de las características distintiva de esta especie es que mantiene una pareja durante toda la vida y desarrolla la mayoría de sus actividades en conjunto. Tanto el macho como la hembra pueden construir el nido e incubar los huevos y es muy común escucharlos cantar a dúo. En otoño construyen el nido y, en octubre, la hembra deposita allí entre tres y seis huevos que son incubados durante 15 días. Luego, los pichones permanecen entre dos y tres meses bajo el cuidado de sus padres.
A pesar de la magnífica resistencia del nido, todos los años confeccionan uno nuevo y abandonan el viejo, que rápidamente suele ser ocupado por otra especie que aprovecha la construcción. Aunque no migran ni se mueven demasiado, cada otoño comienza un ciclo nuevo para este familiar y trabajador pájaro.
Otra de las características distintiva de esta especie es que mantiene una pareja durante toda la vida y desarrolla la mayoría de sus actividades en conjunto. Tanto el macho como la hembra pueden construir el nido e incubar los huevos y es muy común escucharlos cantar a dúo. En otoño construyen el nido y, en octubre, la hembra deposita allí entre tres y seis huevos que son incubados durante 15 días. Luego, los pichones permanecen entre dos y tres meses bajo el cuidado de sus padres.
A pesar de la magnífica resistencia del nido, todos los años confeccionan uno nuevo y abandonan el viejo, que rápidamente suele ser ocupado por otra especie que aprovecha la construcción. Aunque no migran ni se mueven demasiado, cada otoño comienza un ciclo nuevo para este familiar y trabajador pájaro.
LA LEYENDA DEL HORNERO
Cuentan que en las tribus que habitaban a orillas del río Paraguay, cuando los muchachos llegaban a cierta edad debían pasar tres pruebas.
La primera consistía en correr muy rápido, mucho más que el viento veloz.
Para superar la segunda tenían que nadar de un lado al otro del río.
Por último debían cumplir con un extraño ritual: quedarse acostados sin moverse, muy quietos, tan quietos que no podían ni siquiera pestañear, durante un largo tiempo.
Todos los jóvenes de esa tribu se entrenaban con gran dedicación para poder pasar esa prueba. Aprobarla, significaba pasar a ser adultos.
Una vez existió un joven llamado Jahé que sorprendió a todos con su destreza. Cuando le tocó realizar la primera prueba, muy pronto dejó atrás a los demás competidores. Cuando cruzó el río, mientras los otros luchaban para que la corriente no los llevara, él juntaba piedritas de colores que encontraba en el fondo. Cuando debió permanecer acostado, el se mantuvo tan quieto, que por más que saltaban, y hacían bromas a su alrededor, él permanecía inmóvil como una piedra.
Así Jahé, pasó ha ser un adulto. Lo que nadie sabía era que mientras el joven corría, en las alas del viento escuchó la voz de una mujer como el canto de un ave...
Esa misma voz fue la que lo alentó mientras cruzaba el río Paraguay y la que le permitió concentrarse cuando debió permanecer quieto.
Como era costumbre en esa época, el jefe de la tribu premió a Jahé concediéndole la mano de su hija. Jahé no podía aceptar ese ofrecimiento, pues la melodía que escuchó durante la prueba lo acompañaba día y noche. Jahé se había enamorado.
El jefe de la tribu comenzaba ha impacientarse por la falta de decisión del joven. Una mañana el muchacho elevó sus brazos al cielo pidiendo a su amada que lo ayudara a decidir. Entonces volvió a escuchar su voz. Las manos de Jahé comenzaron a moverse al compás de una suave música, hasta que tomaron el movimiento de las alas de un pájaro. Los que observaban la escena vieron con asombro cómo el cuerpo del joven comenzaba a transformarse en un pájaro y se perdía volando en el aire.
El ave era de color pardo y desapareció en los bosque que bordean el Paraguay. Buscó entre los árboles a su amada pero no la encontró. Construyó una casita de barro para resguardarse de los rayos, los vientos y las lluvias. Por fin una mañana la dulce cantora se posó en su nido y desde entonces es su compañera.
Hipólito Marcial cuenta que en su Santa María natal, vio de niño cuando un tordo se adueñó del nido de una pareja de horneritos. Al no poder correr al intruso, las laboriosas aves empezaron a revolotear el horno en forma infructuosa, entonces, aprovechando que el tordo se encontraban en el interior, directamente comenzaron a tapiar la entrada a gran velocidad hasta que la cerraron casi por completo; de inmediato se dirigieron a otro árbol y comenzaron una nueva vivienda.
María del Pilar Zalazar para TBN
Fuente: cunamoryvos
avesargentinas.org.ar
La primera consistía en correr muy rápido, mucho más que el viento veloz.
Para superar la segunda tenían que nadar de un lado al otro del río.
Por último debían cumplir con un extraño ritual: quedarse acostados sin moverse, muy quietos, tan quietos que no podían ni siquiera pestañear, durante un largo tiempo.
Todos los jóvenes de esa tribu se entrenaban con gran dedicación para poder pasar esa prueba. Aprobarla, significaba pasar a ser adultos.
Una vez existió un joven llamado Jahé que sorprendió a todos con su destreza. Cuando le tocó realizar la primera prueba, muy pronto dejó atrás a los demás competidores. Cuando cruzó el río, mientras los otros luchaban para que la corriente no los llevara, él juntaba piedritas de colores que encontraba en el fondo. Cuando debió permanecer acostado, el se mantuvo tan quieto, que por más que saltaban, y hacían bromas a su alrededor, él permanecía inmóvil como una piedra.
Así Jahé, pasó ha ser un adulto. Lo que nadie sabía era que mientras el joven corría, en las alas del viento escuchó la voz de una mujer como el canto de un ave...
Esa misma voz fue la que lo alentó mientras cruzaba el río Paraguay y la que le permitió concentrarse cuando debió permanecer quieto.
Como era costumbre en esa época, el jefe de la tribu premió a Jahé concediéndole la mano de su hija. Jahé no podía aceptar ese ofrecimiento, pues la melodía que escuchó durante la prueba lo acompañaba día y noche. Jahé se había enamorado.
El jefe de la tribu comenzaba ha impacientarse por la falta de decisión del joven. Una mañana el muchacho elevó sus brazos al cielo pidiendo a su amada que lo ayudara a decidir. Entonces volvió a escuchar su voz. Las manos de Jahé comenzaron a moverse al compás de una suave música, hasta que tomaron el movimiento de las alas de un pájaro. Los que observaban la escena vieron con asombro cómo el cuerpo del joven comenzaba a transformarse en un pájaro y se perdía volando en el aire.
El ave era de color pardo y desapareció en los bosque que bordean el Paraguay. Buscó entre los árboles a su amada pero no la encontró. Construyó una casita de barro para resguardarse de los rayos, los vientos y las lluvias. Por fin una mañana la dulce cantora se posó en su nido y desde entonces es su compañera.
Hipólito Marcial cuenta que en su Santa María natal, vio de niño cuando un tordo se adueñó del nido de una pareja de horneritos. Al no poder correr al intruso, las laboriosas aves empezaron a revolotear el horno en forma infructuosa, entonces, aprovechando que el tordo se encontraban en el interior, directamente comenzaron a tapiar la entrada a gran velocidad hasta que la cerraron casi por completo; de inmediato se dirigieron a otro árbol y comenzaron una nueva vivienda.
María del Pilar Zalazar para TBN
Fuente: cunamoryvos
avesargentinas.org.ar
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