viernes, 27 de abril de 2018

Cuento: El arte de ser paciente

Posted By: CLAUDIA CORIN - abril 27, 2018

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Momo tenía un amigo, Beppo Barrendero, que vivía en una casita que él mismo se había construido con ladrillos, latas de desecho y cartones. 
Cuando a Beppo Barrendero le preguntaban algo se limitaba a sonreír amablemente y no contestaba. Simplemente pensaba. Y, cuando creía que una respuesta era innecesaria, se callaba. En cambio, cuando la creía necesaria, la pensaba mucho. 
A veces tardaba dos horas en contestar, pero otras tardaba todo un día. Mientras tanto, la otra persona había olvidado su propia pregunta, por lo que la respuesta de Beppo le sorprendía casi siempre.

Cuando Beppo barría las calles, lo hacía despacio, pero con constancia. 
Mientras barría, con la calle sucia ante sí y limpia detrás de sí, se le iban ocurriendo multitud de pensamientos, que luego le explicaba a su amiga Momo: “Ves, Momo, a veces tienes ante ti una calle que te parece terriblemente larga y que crees que nunca podrás terminar de barrer. Entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. 
Cada vez que levantas la vista, ves que la calle sigue igual de larga. Y te esfuerzas más aún, empiezas a tener miedo, al final te has quedado sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer. 
Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, entiendes? Solo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Entonces es divertido: eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser. De repente, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta de cómo ha sido, pero no se ha quedado sin aliento. Eso es importante”.>>

(Fragmento de Momo, de Michael Ende)

La paciencia: Una actitud (llámala virtud, si te sientes más cómodo) que se va conformando muy poco a poco en la oscuridad de la cueva de uno mismo, integrándose gota a gota y de manera irregular en nuestros días, casi como se crean, valga la analogía, las estalactitas y las estalagmitas.

Porque al igual que ellas, la paciencia también precisa de tiempo para su consolidación y para la obtención de resultados visibles. Y, como ellas, va creciendo por arriba y por abajo (en la parte vista y en la no vista de nuestra vida), convirtiéndose al fin en una de las energías más poderosas y consistentes que podamos desarrollar, y ello a pesar de su humilde y más que modesta apariencia.

Entendamos bien, y dejémoslo establecido ya de entrada, que la paciencia no es simplemente la capacidad de esperar, sino cómo nos comportamos y qué hacemos mientras estamos esperando.

Ya sé que la vida no es fácil y que cada mañana, tarde y noche existen un montón de buenas razones para mostrarse impaciente con la vida y con lo que en ella pasa… o no pasa.

Sé que perdemos los estribos cuando creemos que la gente no hace lo que se supone que debe hacer (según nuestro criterio), y ello nos provoca rechazo o decepción. Soy consciente de que nuestros esfuerzos no siempre son recompensados y que a veces desesperamos por trabajar sin premio durante demasiado tiempo.

Y para colmo, contemplamos cómo otros consiguen sin mucho esfuerzo lo que nosotros perseguimos con afán y sacrificio. Sé todo eso, claro que lo sé, pero aun a pesar de tamañas evidencias… tengamos paciencia.

Paciencia, sí, porque si no te volverás loco, te comportarás con irritación, te sentirás víctima o tratarás de forzar un resultado por las bravas. Y todas esas son reacciones contraproducentes que te harán perder, más que ganar. Conviene, pues, aprender a transformar la frustración en paciencia.

La paciencia, ya queda dicho, no significa pasividad o resignación, sino el poder de entender que el fruto de nuestro esfuerzo llegará cuando deba, no cuando nosotros intentemos forzar que llegue, carcomidos por la desesperación.

La paciencia nos liberará emocionalmente, porque practicándola no necesitaremos a toda costa un resultado, sino que nos centraremos exclusivamente en el esfuerzo por alcanzarlo.

La impaciencia como síntoma de un mundo angustiado
En los últimos tiempos, quizá como tú, he observado la propagación, casi con carácter de epidemia, de lo que se podría denominar “baja tolerancia a la frustración”.

La misma que nos hace gritar exasperados cuando aparece la pantalla azul de Windows y se nos olvidó guardar el archivo trabajado durante tanto tiempo. O aquella que nos aqueja cuando esperamos en nuestro turno y la cola no avanza. O cuando la persona que nos antecede tarda en pagar la compra del supermercado. O también cuando nos llaman por teléfono para vendernos algo que no hemos pedido… y tantas otras situaciones en las que de inmediato cedemos al enojo y al vocerío.

Calma, por favor! Y paciencia. Porque, con paciencia, ante todas estas situaciones descritas uno será capaz de dar un paso atrás y reagrupar sus sentimientos desbocados, en lugar de reaccionar de una manera agresiva apresuradamente.

Expresar la frustración que nos domina cuando nos impacientamos quizá sea saludable como válvula de escape de la presión interna, no digo yo que no, pero ceder constantemente a ese impulso alocado no puede ser sano.

Hay que desfogarse  desde una posición no irritable, no hostil. Dando rienda suelta al desengaño ponemos a los otros a la defensiva y retroalimentamos el disgusto en una cadena inacabable.


Elportaldelhombre

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