Que las mujeres han sido sistemáticamente apartadas de las distintas esferas públicas y profesionales a lo largo de la historia no es algo desconocido.
En el campo de la sanidad, las mujeres, como amas de casa, madres y personas al cargo de niños y ancianos dentro del hogar, aglutinaron una amplia experiencia como sanadoras y como parteras. Pero este era un conocimiento no profesional que se circunscribía al ámbito privado o como mucho al núcleo social más cercano.
Conseguir convertirse en enfermeras o doctoras tituladas fue un logro de hace escasamente un siglo. Pero en los miles de años de historia conocida, fueron muchas las pioneras en este campo que no se resignaron a acatar la orden de alejarse del conocimiento.
Agnódice fue una joven de la antigua Grecia que se convirtió en la primera ginecóloga conocida. Pero su historia no fue sólo la de la primera mujer que consiguió dicha dignidad, sino que impulsó una de las primera revueltas femeninas conocidas en la historia.
Agnódice nació en el seno de una familia de la alta sociedad en una Atenas en la que filósofos y legisladores aseveraban la inferioridad de las mujeres. Su vida se reducía a pasar del hogar paterno a depender de un marido al que debían servir y darle descendencia. El acceso al saber les estaba, por supuesto, totalmente vetado. Cuando Agnódice se rebeló ante esta injusticia, ella, que deseaba con todas sus fuerzas aprender medicina, recibió el apoyo de su propio padre, quien la ayudó a cambiar su aspecto por el de un hombre. La única manera que existía de poder aprender sin alterar el orden establecido.
Así, Agnódice se cortó el pelo, cambió su ropa por tejidos masculinos y con su nuevo aspecto empezó a aprender de la mano del célebre médico Herófilo de Calzedonia. La joven aprovechó el tiempo y consiguió convertirse en ginecóloga tras destacarse como un "alumno" ejemplar.
Cuando empezó a ejercer continuó escondiendo su verdadera naturaleza aunque en alguna ocasión desveló su auténtica esencia femenina para ganarse, aún más, la confianza de sus pacientes. Pero incluso siendo hombre en apariencia, su eficacia y su gran profesionalidad pronto despertó las envidias de sus colegas de profesión. Estos, sin poder encontrar una razón determinante con la que poder acusarla de mala praxis médica no dudaron en acusarla de haberse acercado demasiado a sus pacientes e incluso haber violado a alguna de ellas.
Las calumnias surtieron efecto y Agnódice fue llevaba ante un tribunal. En aquel momento decidió que la única manera de demostrar que aquellas acusaciones tan masculinas eran falsas pasaba por desvelar que en realidad era una mujer. Desnuda ante los presentes consiguió anular automáticamente las acusaciones de violación pero automáticamente se la acusó de un delito peor. La pena de muerte era lo que le esperaba por haber ejercido la medicina siendo mujer y fingir que era un hombre.
Sorprendentemente, Agnódice se salvó de una muerte segura gracias a sus fieles pacientes. Las mujeres de aquellos hombres que la estaban acusando no dudaron en levantarse en masa a favor de su ginecóloga que tantas vidas de madres e hijos salvó y tantos dolores consoló.
La valentía de Agnódice y de todas aquellas mujeres no sólo supuso la absolución de la ginecóloga a quien se le permitió seguir ejerciendo sino que poco después las leyes atenienses fueron modificadas para que las mujeres pudieran acceder a los estudios de medicina.
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