En ciertos momentos de estrés, agitación, duelo y demás, nuestros sueños llegan a convertirse en pesadillas recurrentes, en angustiantes escenificaciones de nuestro dolor, trauma o predicamento. En algunas ocasiones, esto incluso sucede sin que encontremos una causa directa o una clara asociación con algo que está pasando en la vigilia. Los sueños llegan a tener vida propia.
Para muchas personas los sueños no tienen importancia y cuando se manifiestan con fuerza y profundidad, comúnmente negativas –ya que esto es lo que hace que los noten–, lo primero que quieren es simplemente suprimirlos. Millones de personas toman sustancias que de alguna manera bloquean la memoria de los sueños, desde marihuana hasta Rivotril (pasando por muchas otras). Esto es similar a taparse los ojos cuando aparece el monstruo o a guardar todas las cosas que no queremos ordenar en el clóset.
El sueño es dueño de casi una tercera parte de nuestras vidas y tiene el más alto dominio de la mente subconsciente; es fuente de reveladoras señales y posible creatividad artística, o de material para resolver problemas. No ponerle atención es no ponernos atención y no darle valor a la profundidad de nuestro ser. El psicológo arquetipal James Hillman escribió:
Al familiarizarme con mis sueños también me familiarizo con mi mundo interior.
Quién vive en mí?, ¿qué paisajes interiores son míos?, ¿qué es recurrente y por lo tanto sigue regresando a habitar en mí? Estos son los animales, personas, lugares y preocupaciones que quieren que les haga caso, que quieren hacerse mis amigos.
Para los griegos, los sueños eran el inframundo, el mundo de las sombras. Y muchas veces la sombra es lo que no queremos ver, pero siempre está ahí y es parte de nosotros, así que conviene reconocerla, aceptarla e integrarla. Hay que tener esta aceptación con los sueños, verlos como familiares. Y aceptarlos de la misma manera en que aceptamos a esos familiares que están enfermos, que son molestos, que nos irritan porque nos vemos reflejados en ellos, pero que finalmente amamos y –si los amamos– logramos aceptarlos como son, sin querer cambiarlos. El hecho de no querer cambiarlos, de escucharlos, ya hace que pierdan su fuerza terrorífica, se empiezan a relajar.
En la tradición nórdica y germánica, la pesadilla es personificada como un demonio, una yegua o un espíritu que monta una yegua. La palabra "mare" en "nightmare" puede rastrearse al sánscrito "mara": "demonio" o "muerte".
Pero las tradiciones de la India nos explican que los demonios en última instancia son nuestra propia mente, desdoblada como una entidad externa. Es el miedo y emociones como el enojo lo que crea a los demonios. Fundamentalmente, también el miedo a la muerte; de aquí las pesadillas y la yegua de la noche que nos persigue. Esta misma subyacente ansiedad ante la muerte nos afecta en el día, informando inconscientemente nuestros actos. La forma de eliminar el miedo es ciertamente enfrentándolo, no haciendo como si no existiera. De hecho, enfrentarlo es la forma más fácil de hacer que deje de existir, viendo de qué está hecho; observándolo a detalle uno llega a descubrir que es parte de nuestra mente, que lo malo que nos amenaza somos nosotros mismos.
El miedo a la muerte es algo complejo y parte de la existencia que se aferra al ego, así que no será fácil de resolver, ni siquiera enfrentando nuestras pesadillas. Pero la actitud correcta es empezar por enfrentarlas, por aceptar nuestro miedo y conversar con él. Igualmente es importante reflexionar sobre la muerte, pensar: ¿cómo me sentiría si muero hoy? Y si la respuesta es que esto sería terrible para ti, al menos ya tienes una motivación para hacer algo al respecto, puesto que si le temes a la muerte probablemente tiene que ver con que estás insatisfecho con tu vida.
Por otro lado, es importante también darnos cuenta de que todos vamos a morir, de que todas las cosas son efímeras, así que no debemos aferrarnos a lo que tenemos. Esto es parte de la vida y la realidad del universo; nosotros moriremos, pero la existencia continúa, realmente no somos tan importantes como creemos, no hay nada grave en morir. Especialmente si vivimos con intensidad, honestidad y amamos.
Existen, por otra parte, hábitos de higiene onírica que pueden evitarnos pesadillas o malos sueños innecesarios, contaminaciones de la esfera colectiva en la que habitamos. Entre ellos, resulta importante no consumir contenidos mediáticos violentos o aterrorizantes (y, en general, evitar todo tipo de contenido que pueda luego asediarnos o que no queremos que aparezca en nuestra mente después, desde una telenovela o un partido de fútbol hasta un video porno), ya que nuestro cerebro graba todo. Especialmente, hay que evitar esto en la noche; y no sólo por el mensaje del contenido mediático, sino por el medio mismo: la exposición a la luz de las pantallas afecta nuestro ciclo de sueño, esto es, la cantidad de horas que dormimos, pero también la calidad y el contenido del sueño.
Otro factor importante es tener una cena ligera o incluso no cenar nada, especialmente cuando estamos realizando una práctica –como puede ser intentar tener sueños lúcidos (en los monasterios budistas no se cena, y algunos monjes practican el llamado "yoga de los sueños")–. Esto evita que suframos de achaques relacionados a la digestión.
Diversos estudios muestran que los sueños lúcidos, aquellos sueños en los que sabemos que estamos soñando, tienen un interesante potencial para tratar la ansiedad y el estrés postraumático.
Si queremos profundizar en nuestros sueños y practicar yoga de los sueños o tener sueños lúcidos, conviene realizar alguna meditación y una preparación para los sueños.
Lo mejor es realizar durante el día ciertos ejercicios que pueden ayudarnos a tener un sueño lúcido, justamente funcionando como gatillos cuando en el sueño tenemos un viso de ellos.
Los budistas tibetanos visualizan una letra A luminosa en la frente o en el pecho y tratan de mantener la conciencia, evitando pensamientos distractorios, en el momento en el que cruzan el umbral del sueño (aquí más sobre las técnicas budistas para tener sueños lúcidos). Lo importante en todos los casos es generar una intención de recordar los sueños, de trabajarlos, de darles importancia, y esta misma intención, cuando se vuelve un hábito, hará irrupción en los sueños, que finalmente son reflejos de nuestra mente, de lo que pensamos y lo que existe en el fondo de nuestros pensamientos.
harmonia.la
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