El liderazgo estético no hace referencia a personas de buena planta, sonrisa impostada y estudiado aliño indumentario, sino a valores que ayuden a la gente a ser libre de la necesidad, del daño y de los miedos, y muy libre para satisfacer sus necesidades y hacer realidad sus sueños.
En este mundo que va deprisa, deprisa y es un tanto caótico, el líder bueno debería tener valores propios de, al menos, tres universos: el “técnico”, el “ético” y el “estético”.
Un líder que solo se distinga por asumir valores o características del “universo técnico” se define por estar adherido totalmente a la lógica económico-financiera; sería un puro tecnócrata y perseguiría como casi único objetivo político la eficacia y la eficiencia de lo material. El líder técnico viene a ser el “homo económicus”. Hoy en este tipo de liderazgo suelen incluirse lo que conocemos como tecnócratas, neoliberales o “neocon”. Tienen sus seguidores entre ciertas élites y, a veces, con retóricas demagógicas y falaces son capaces de hacerse creíbles con su discurso, no con sus políticas, entre capas amplias de la sociedad.
Los líderes que beben en el “universo ético” son personas que también trabajan de forma racional e instrumental (aplican la lógica al logro de sus metas); pero a diferencia del líder “técnico”, el “ético” no se fija metas estrictamente económicas. El “homo eticus” está moralmente “iluminado” y sacrifica algunas aspiraciones materiales por principios éticos; es decir, actúa sobre la base de valores universales que giran en torno a la justicia o la equidad y la solidaridad y la igualdad. Este tipo de líder es conveniente si es capaz de traducir las metas, quizá etéreas y difusas, de sus discursos en una praxis política de hechos en los que esas teorías se constaten. La utopía y la conciencia crítica deben ir de la mano. Y al líder ético se le termina juzgando a partir del dicho popular: “obras son amores y no buenas razones”. Los hechos dan credibilidad a las palabras.
En el “universo estético” las acciones y decisiones de los líderes no están gobernadas por las nociones de lógica-científica o racionalidad-instrumental. Y, aunque reconocen la necesidad de obtener ganancias económicas y respetan las convenciones del universo ético, no ven estas reglas como sus principales objetivos. De ahí nos surge la cuestión de encontrar muchos liderazgos en la actualidad donde la ideología tradicional es algo muy difuso. Esta época postmoderna en la que vivimos es esencialmente caótica e impredecible y no son suficientes las leyes de la razón para comprenderla. Este contexto postmoderno es el que viene siendo definido como el “universo estético”. Por tanto, un líder postmoderno (o estético) debe lograr equilibrio y armonía en sus entornos, sin renunciar a la eficacia y la eficiencia de la gestión económica y sin dejarse ir sólo tras la utopía de los valores universales. El postmodernismo es una era de duda y cuestionamiento de todo y el liderazgo reside más en la capacidad de autocuestionarse que en esa ciencia infusa e intuitiva con la algunos se sienten ungidos.
El líder estético se hará fuerte si es capaz de navegar bien en los tiempos de crisis y salvar los escollos, pero no para salvarse él, sino para orientar y salvar a la ciudadanía. Algo, o mucho, tiene que ver el liderazgo estético con un gobierno real más transparente y participativo (y, por tanto con más trabas para la nefasta corrupción). Y es importante visualizar que el liderazgo es virtud de la democracia real (no de la simplemente formal y decorativa).
Lo estético es una cuestión de formas pero aún más lo es de fondo. Importa la palabra, la acción y la imagen. Tener visión, preparación, juicio crítico, valores éticos, ser leal con la ciudadanía que vota, responsable con lo que administra y predicar dando trigo, con transparencia y, además superar de algún modo los mitos de la racionalidad ilustrada y del materialismo marxista… todo esto y más es el bagaje del líder estético.
diario16
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