domingo, 7 de abril de 2019

Santoral 7; 8 y 9 de Abril

Posted By: CLAUDIA CORIN - abril 07, 2019

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7 de Abril
San Juan Bautista de la Salle
Educador (año 1719)

Es el fundador de los Hermanos Cristianos y nació en Francia en 1651.
Nació en Reims y murió en Rouen, las dos ciudades que hizo famosas Santa Juana de Arco.

Su vida coincide casi exactamente con los años del famoso rey Luis XIV.

Probablemente su existencia habría pasado desapercibida si se hubiera contentado con vivir de acuerdo a su clase social adinerada, sin preocuparse por hacer ninguna obra excepcional en favor del pueblo necesitado. Pero la fuerza misteriosa de la gracia de Dios encontró en él un instrumento dócil para renovar la pedagogía y fundar las primeras escuelas profesionales y las más antiguas escuelas normales y fundar una Comunidad religiosa que se ha mantenido en principalísimos puestos en la educación en todo el mundo. Este santo fue un genio de la pedagogía, o arte de educar.

Si San Juan Bautista de la Salle viviera hoy aquí en la tierra abriría los ojos aterrado al ver que la educación se ha secularizado, o sea se ha organizado como si Dios no existiera y sólo se preocupa por hacer de los seres humanos unos animalitos muy buen amaestrados, pero sin fe, sin mirar a la eternidad ni importarle nada la salvación del alma. Porque para él, lo imprescindible, lo que constituía su obsesión, era obtener la salvación del alma de los educandos y hacerlos crecer en la fe. Si no hubiera sido por estos dos fines, él no habría emprendido ninguna obra especial, porque esto era lo que en verdad le interesaba y le llamaba la atención: hacer que los educandos amaran y obedecieran a Dios y consiguieran llegar al reino eterno del cielo.

Juan Bautista había estudiado en el famoso seminario de San Suplicio en París y allí recibió una formidable formación que le sirvió para toda su vida. Fue ordenado sacerdote y por su posición social y sus hermosas cualidades parecía destinado para altos cargos eclesiásticos, cuando de pronto al morir su director espiritual lo dejó como encargado de una obra para niños pobres que el santo sacerdote había fundado: una escuela para niños y un orfelinato para niñas pobres, dirigido por unas hermanitas llamadas de El Niño Jesús. Allí en esa obra lo esperaba la Divina Providencia para encaminarlo hacia la gran obra que le tenía destinada: ser el reformador de la educación.

La Salle le dio un viraje de 180 grados a los antiguos métodos de educación. Antes se enseñaba a cada niño por aparte. Ahora La Salle los reúne por grupos para darles clases (en la actualidad eso parece tan natural, pero en aquel tiempo era una novedad). Antiguamente se educaba con base en gritos y golpes. El padre Juan Bautista reemplazaba el sistema del terror por el método del amor y de la convicción. Y los resultados fueron maravillosos. La gente se quedaba admirada al ver cómo mejoraba totalmente la juventud al ser educada con los métodos de nuestro santo.

No les enseñaba solamente cosas teóricas y abstractas, sino sobre todo aquellos conocimientos prácticos que más les iban a ser de utilidad en la vida diaria. Y todo con base en la religión y la amabilidad.

La Salle empezó a reunir a sus profesores para instruirlos en el arte de educar y para formarlos fervorosamente en la vida religiosa. Y con los más entusiastas fundó la Comunidad de Hermanos de las Escuelas Cristianas que hoy son unos 15,000 en más de mil colegios en todo el mundo. Y siguen siendo una autoridad mundial en pedagogía, en el arte de educar a la juventud. El éxito de los Hermanos Cristianos fue inmenso desde el principio de su congregación, y ya en vida del santo abrieron colegios en muchas ciudades y en varias naciones. Un 15 de agosto los consagró San Juan Bautista a la Santísima Virgen y han permanecido fervorosos propagadores de la devoción a la Madre de Dios.

Al principio algunos le fallaron porque el santo era tan bondadoso que no podía imaginar mala voluntad en ninguno de sus discípulos. Para él todo el mundo era bueno, y por mucho que lo hubieran ofendido estaba siempre dispuesto a perdonar y a volver a recibir al que había faltado. Y tuvo la prueba dolorosísima de ver que algunos lo engañaron y se dejaron contagiar por el espíritu del mundo. Pero luego sus asesores lo convencieron para que no aceptara a ciertos sujetos no confiables y que expulsara a algunos que se habían vuelto indignos. Y el santo aceptando con toda humildad y mansedumbre los buenos consejos recibidos procedió a purificar muy a tiempo su congregación.

Siendo de familia muy rica, repartió todos sus bienes entre los pobres y se dedicó a vivir como un verdadero pobre. Los últimos años cuando renunció a ser Superior General de su Congregación, pedía permiso al superior hasta para hacer los más pequeños gastos. Los viajes aunque a veces muy largos, los hacía casi siempre a pie, y pidiendo limosna para alimentarse por el camino, durmiendo en casitas pobrísimas, llenas de plagas y de incomodidades.

Una vez pasó todos los tres meses del crudísimo invierno, en una habitación sin calefacción y con ventanas llenas de rendijas y con varios grados bajo cero. Esto le trajo un terrible reumatismo que durante todo el resto de su vida le produjo tremendos dolores y las anticuadas curaciones que le hicieron para ese mal lo torturaron todavía mucho más.

En su juventud, por ser de familia muy adinerada, había gozado de una alimentación refinada y muy sabrosa. Cuando se dedicó a vivir la pobreza de una comunidad fervorosa y en la cual, los alimentos eran rudos y desagradables, tenía que aguantar muchas horas sin comer, para que su estómago fuera capaz de recibirle esos alimentos tan burdos.

Su sotana y su manto eran tan pobres y descoloridos, que un pobre no se los hubiera aceptado como limosna.

Su humildad era tan grande que se creía indigno de ser el superior de la comunidad. Estaba siempre dispuesto a dejar su alto puesto y alguna vez que por calumnias dispuso la autoridad superior quitarlo de ese cargo, él aceptó inmediatamente. Pero todos los Hermanos firmaron un memorial anunciando que no aceptaban por el momento a ningún otro como superior sino al Santo Fundador y tuvo que aceptar el seguir con el superiorato.

No se cansaba de recomendar con sus palabras y sus buenos ejemplos, a sus religiosos y amigos que la preocupación número uno del educador debe ser siempre el tratar de que los educandos crezcan en el amor a Dios y en la caridad hacia el prójimo, y que cada maestro debe esforzarse con toda su alma por tratar de que los jovencitos conserven su inocencia si no la han perdido o que recuperen su amistad con Dios por medio de la conversión y de  San Juan Bautista de la Salle en su lecho de muerteun inmenso horror al pecado y a todo lo que pueda hacer daño a la santidad y a todo lo que se oponga a la eterna salvación.

Pasaba muchas horas en oración y les insistía a sus religiosos que lo que más éxito consigue en la labor de un educador es orar, dar buen ejemplo y tratar a todos como Cristo lo recomendó en el evangelio: "haciendo a los demás todo el bien que deseamos que los demás no hagan a nosotros".

San Juan Bautista de la Salle murió el 7 de abril de 1619 a los 68 años. Fue declarado santo por el Sumo Pontífice León XIII en el año 1900. El Papa Pío XII lo nombró Patrono de los Educadores del mundo entero.

Santo educador: tú que recomendabas que se le concediera la máxima importancia a la clase de religión, considerándola la más provechosa de todas en todo colegio y escuela, pídele al buen Dios que la clase de religión vuelva a estar en primerísimo lugar en nuestros centros de educación y no vaya a ser reemplazada jamás por otras asignaturas menos importantes. Y ruégale a Dios que nos envíe muchos y santos y muy fervorosos profesores de religión.


8 de Abril
San Pompilio
Educador y predicador (año 1766).

San Pompilio fue llamado "El Taumaturgo de Nápoles" (Taumaturgo es el que consigue milagros, el que obra prodigios).
Nació en Montecalvo (Italia) en 1710, de una familia adinerada y de mucho abolengo, o sea, con antepasados que habían sido famosos e importantes.

Cuando apenas tenía diez años se encontró en el sótano de su casa un cuadro antiquísimo de la Sma. Virgen y quitándole el polvo, lo colocó en su habitación y le dijo a la mamá: "Un día, cuando yo sea sacerdote, vendré y celebraré la misa delante de este cuadro". Sus hermanos se reían pero él estaba seguro de que sí iba a ser así.

Su padre quería que se dedicara a administrar los bienes de la familia, pero el joven deseaba ardientemente ser sacerdote. Sin embargo como ya tenía otro hermano en el seminario, el papá le negó el permiso para hacer estudios sacerdotales, añadiendo que le bastaba con tener un hijo sacerdote.

Más sucedió que el hermano seminarista murió con gran fama de santidad y entonces nuestro joven se reafirmó en su propósito de llegar a ser sacerdote. Y como su padre se oponía, un día, después de escuchar un hermoso sermón vocacional de un Padre Escolapio se puso de acuerdo con el predicador y se fugó de la casa paterna, dejando a su padre una carta pidiéndole excusas por ese atrevimiento.

El papá corrió a la casa de los Padres Escolapios a reclamar a su hijo, pero Pompilio le demostró tan grandes deseos de llegar al sacerdocio y le expuso tan fuertes razones para ello, que su padre tuvo al fin que aceptar y lo dejó en el seminario.

A los 24 años fue ordenado sacerdote y la comunidad lo dedicó a enseñar a los niños pobres de las Escuelas Pías (Escolapios se llaman los padres que enseñan en las Escuelas Pías).

Su salud era muy deficiente y una tos continua lo hacía sufrir mucho, pero a pesar de esto nunca faltaba a sus clases y sus alumnos hacían verdaderos progresos, muy notorios a todos.

Y entonces empezó a tener fama de ver a lo lejos lo que estaba sucediendo en otra partes. De vez en cuando se quedaba con la mirada fija en la lejanía y anunciaba hechos que sucedían a gran distancia. Un día estando en clase se quedó mirando hacia lo lejos y dijo a sus alumnos: "Algo grave está sucediendo a uno de los nuestros". Luego preguntó: "¿Quién falta en la clase?". Le respondieron: "Juan Capretti". Se quedó un rato pensando y exclamó: "Recemos por él, porque está en grave peligro". Luego envió a un alumno y le dijo: "Vaya a la casa de Juan y pregunte por él". El muchacho llegó a la casa de Capretti y preguntó si sabían dónde estaba. La mamá y la hija, que se imaginaban que estaría en la escuela, corrieron a su habitación lo encontraron tendido por el suelo. Lo sacudieron y despertó de un ataque. Luego contó: "Sentí un terribilísimo dolor de cabeza y creí que me moría. Pero de un momento a otro como que una mano pasó sobre mi frente y recobré la salud". Cuando el mensajero volvió a la clase a contar lo sucedido, el padre Pompilio dijo muy contento a los jóvenes: "Dios ha escuchado la oración que dirigimos por nuestro amigo Juan".

Su devoción a la Sma. Virgen era inmensa. En sus ratos libres fabricaba camándulas y las regalaba a todos los que querían rezar el rosario. A todos les recomendaba: "Sean muy devotos de la Sma. Virgen María".

Cuando después de varios años de ser sacerdote, fue por primera vez a celebrar la Santa Misa en su casa, su madre, sin recordar lo que él había dicho en su niñez, le preparó el altar frente al cuadro que de niño había sacado del sótano. Pompilio al final de la misa exclamó: "Bendito sea Dios que me ha permitido cumplir aquellas palabras que de niño dije al encontrar este cuadro de la Virgen Santa en el subterráneo: "Un día celebraré misa ante esta imagen de la Sma. Virgen".

Los superiores lo enviaron de misionero a pueblos muy alejados, donde no había sino campesinos y pastores pobres. El andaba kilómetros y kilómetros y se le gastaban mucho sus zapatos y no tenía dinero para reponerlos. Entonces dispuso caminar descalzo y así lo hizo por muchísimos caminos. A quien le llamaba la atención diciéndole que esto era indigno de un sacerdote, le respondía: "No se afane que así andaba Nuestro Señor". Su sotana era de lo más remendado que se encontraba, pero así imitaba también la pobreza de Jesús, y cumplía lo que dijo el Divino Maestro: "Dichosos los pobres porque de ellos será el Reino de los Cielos". Y con estas penitencias lograba la conversión de muchos pecadores.

En Semana Santa hacía el vía crucis al vivo y él se cargaba al hombro una pesadísima cruz y descalzo subía a una montaña rezando el santo vía crucis con el pueblo. Las gentes se admiraban de su santidad y de sus penitencias y trataban de hacer también algunos sacrificios.

Fue enviado a Nápoles y allá predicaba muy fuerte contra los usureros y los que en casas de compraventa favorecen a los tramposos. Entonces los dueños de las compraventas dispusieron inventarle toda clase de calumnias y lo acusaron ante el Sr. Arzobispo. Y lograron convencerlo. El prelado les dio permiso de que llevaran la acusación ante el rey. Y tantas mentiras dijeron que el rey decretó que el padre Pompilio debía ser expulsado.

Llegaron los policías a la casa de los Padres a llevarse al Padre al destierro, pero él subiéndose a la carroza les dijo que sin permiso del superior no podía alejarse. Y por más fuerte que les dieron a los caballos, no se movieron. Entonces llamaron al Superior el cual le dijo: "Pueden irse, Padre", y en ese momento pareció como que les hubieran soltado las patas a los caballos y salieron a galope.

Los que lo llevaban al destierro lo vieron suspirar y le preguntaron: "¿Por qué suspira, por tener que irse al destierro?". Y él respondió: "Suspiro porque el que se inventó todas estas calumnias, le ha tocado irse ahora para la eternidad a dar cuentas a Dios". Y así fue. Aquel mismo día el inventor de las calumnias murió de repente.

Y el pueblo de Nápoles hizo tantas manifestaciones en favor del padre Pompilio, que el rey tuvo que decretar que podía volver a la ciudad. Pero para evitar más problemas los superiores lo dedicaron a predicar en los pueblos de los alrededores.

Y sucedió que un niño se cayó a un hoyo muy profundo y parecía que se ahogaba. La mamá llamó a nuestro santo. El se puso a rezar y el agua del pozo se fue subiendo y sacó al niño hasta la orilla, sin haberse ahogado.

Sus milagros y prodigios eran continuos y maravillosos. A veces se elevaba por los aires mientras rezaba.

Pero los agotadores trabajos por la salvación de las almas lo debilitaron y en 1766, cuando apenas tenía 56 años, un día en medio de sus compañeros religiosos exclamó: "Oh la Madre preciosa. La Mamá linda viene a llevarme al cielo". Y murió dulcemente.

Quiera Dios enviarnos muchos profesores y predicadores tan entusiastas y fervorosos como San Pompilio, aunque no logren hacer tantos milagros como él.

Tened fe y nada será imposible para vosotros. (Jesucristo)


9 de Abril
San Lorenzo de Irlanda
Arzobispo (año 1180)

San Lorenzo nació en Irlanda hacia el año 1128, de la familia O’Toole que era dueña de uno de los más importantes castillos de esa época.
Cuando el niño nació, su padre dispuso pedirle a un conde enemigo que quisiera ser padrino del recién nacido. El otro aceptó y desde entonces estos dos condes (ahora compadres) se hicieron amigos y no lucharon más el uno contra el otro.

Cuando lo llevaban a bautizar, apareció en el camino un poeta religioso y preguntó qué nombre le iban a poner al niño. Le dijeron un nombre en inglés, pero él les aconsejó: "Pónganle por nombre Lorenzo, porque este nombre significa: ‘coronado de laureles por ser vencedor’, y es que el niño va a ser un gran vencedor en la vida". A los papás les agradó la idea y le pusieron por nombre Lorenzo y en verdad que fue un gran vencedor en las luchas por la santidad.

Cuando el niño tenía diez años, un conde enemigo de su padre le exigió como condición para no hacerle la guerra que le dejara a Lorenzo como rehén. El Sr. O’Toole aceptó y el jovencito fue llevado al castillo de aquel guerrero. Pero allí fue tratado con crueldad y una de las personas que lo atendían fue a comunicar la triste noticia a su padre y este exigió que le devolvieran a su hijo. Como el tirano no aceptaba devolverlo, el Sr. O’Toole le secuestró doce capitanes al otro guerrero y puso como condición para entregarlos que le devolvieran a Lorenzo. El otro aceptó pero llevó al niño a un monasterio, para que apenas entregaran a los doce secuestrados, los monjes devolvieran a Lorenzo.

Y sucedió que al jovencito le agradó inmensamente la vida del monasterio y le pidió a su padre que lo dejara quedarse a vivir allí, porque en vez de la vida de guerras y batallas, a él le agradaba la vida de lectura, oración y meditación. El buen hombre aceptó y Lorenzó llegó a ser un excelente monje en ese monasterio.

Su comportamiento en la vida religiosa fue verdaderamente ejemplar. Dedicadísimo a los trabajos del campo y brillante en los estudios. Fervoroso en la oración y exacto en la obediencia. Fue ordenado sacerdote y al morir el superior del monasterio los monjes eligieron por unanimidad a Lorenzo como nuevo superior.

Por aquellos tiempos hubo una tremenda escasez de alimentos en Irlanda por causa de las malas cosechas y las gentes hambrientas recorrían pueblos y veredas robando y saqueando cuanto encontraban. El abad Lorenzo salió al encuentro de los revoltosos, con una cruz en alto y pidiendo que en vez de dedicarse a robar se dedicaran a pedir a Dios que les ayudara. Las gentes le hicieron caso y se calmaron y él, sacando todas las provisiones de su inmenso monasterio las repartió entre el pueblo hambriento. La caridad del santo hizo prodigios en aquella situación tan angustiada.

En el año 1161 falleció el arzobispo de Dublín (capital de Irlanda) y clero y pueblo estuvieron de acuerdo en que el más digno para ese cargo era el abad Lorenzo. Tuvo que aceptar y, como en todos los oficios que le encomendaban, en este cargo se dedicó con todas sus fuerzas a cumplir sus obligaciones del modo más exacto posible. Lo primero que hizo fue tratar de que los templos fueran lo más bellos y bien presentados posibles. Luego se esforzó porque cada sacerdote se esmerara en cumplir lo mejor que le fuera posible sus deberes sacerdotales. Y en seguida se dedicó a repartir limosnas con gran generosidad.

Cada día recibía 30, 40 o 60 menesterosos en su casa episcopal y él mismo les servía la comida. Todas las ganancias que obtenía como arzobispo las dedicaba a ayudar a los más necesitados.

En el año 1170 los ejércitos de Inglaterra invadieron a Irlanda llenando el país de muertes, de crueldad y de desolación. Los invasores saquearon los templos católicos, los conventos y llenaron de horrores todo el país. El arzobispo Lorenzo hizo todo lo que pudo para tratar de detener tanta maldad y salvar la vida y los bienes de los perseguidos. Se presentó al propio jefe de los invasores a pedirle que devolviera los bienes a la Iglesia y que detuviera el pillaje y el saqueo. El otro por única respuesta le dio una carcajada de desprecio. Pero pocos días después murió repentinamente. El sucesor tuvo temor y les hizo mucho más caso a las palabras y recomendaciones del santo.

El arzobispo trató de organizar la resistencia pero viendo que los enemigos eran muy superiores, desistió de la idea y se dedicó con sus monjes a reconstruir los templos y los pueblos y se fue a Inglaterra a suplicarle al rey invasor que no permitiera los malos tratos de sus ejércitos contra los irlandeses.

Estando en Londres de rodillas rezando en la tumba de Santo Tomás Becket (un obispo inglés que murió por defender la religión) un fanático le asestó terribilísima pedrada en la cabeza. Gravemente herido mandó traer un poco de agua. La bendijo e hizo que se la echaran en la herida de la cabeza, y apenas el agua llegó a la herida, cesó la hemorragia y obtuvo la curación.

El Papa Alejandro III nombró a Lorenzo como su delegado especial para toda Irlanda, y él, deseoso de conseguir la paz para su país se fue otra vez en busca del rey de Inglaterra a suplicarle que no tratara mal a sus paisanos. El rey no lo quiso atender y se fue para Normandía. Y hasta allá lo siguió el santo, para tratar de convencerlo, pero a causa del terribilísimo frío y del agotamiento producido por tantos trabajos, murió allí en Normandía en 1180 al llegar a un convento. Cuando el abad le aconsejó que hiciera un testamento, respondió: "Dios sabe que no tengo bienes ni dinero porque todo lo he repartido entre el pueblo. Ay, pueblo mío, víctima de tantas violencias ¿Quién logrará traer la paz?". Seguramente desde el cielo debe haber rezado mucho por su pueblo, porque Irlanda ha conservado la religión y la paz por muchos siglos. Estos son los verdaderos patriotas, los que como San Lorenzo de Irlanda emplean su vida toda por conseguir el bien y la paz para sus conciudadanos. Dios nos envíe muchos patriotas como él.

Dichosos los que buscan la paz porque serán llamados hijos de Dios. (Jesucristo).

EWTN

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