Cuentan que un rey, obsesionado por los conceptos de verdad absoluta, verdad relativa y mentira, ordenó que todo aquel que en su reino no dijera absolutamente la verdad, fuera ahorcado.
Ese mismo día un santo con fama de loco se presentó ante el rey y dijo:
-Majestad, según tu decreto, hoy me ahorcarás -y riéndose a carcajadas se marchó.
El rey quedó completamente confundido. Si lo ahorcaba, estaría ejecutando a alguien que habría dicho la verdad. Si no lo ahorcaba, dejaría escapar a un mentiroso.
Inmediatamente dio orden de derogar el decreto.
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