viernes, 23 de febrero de 2018

Obesidad emocional: Cuando tu mente te hace engordar

Posted By: Unknown - febrero 23, 2018

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Esa fuerza de voluntad para no comerte todo el postre, no aparece por ningún lado? La respuesta a tus problemas está en el lugar que menos imaginas.

Hay que aceptarlo: todos estamos cumpliendo con un rol social y –cualquiera que sea el tuyo– en algún momento seguro te entra la cosquilla de alcanzar ese estándar de belleza socialmente aceptable que te ayudará a desempeñar mejor ese papel que cargas a cuestas. 

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Todo este bullicio social y deseo de tener un cuerpo escultural ha devenido en trastornos de alimentación, como anorexia y bulimia, hoy tan comunes y populares que –tristemente– ya no nos resultan extraños. Pero, qué pasa cuando la situación es a la inversa? Si en lugar de privar a tu cuerpo de comida, lo saturas hasta el extremo? Todas nuestras conductas están asociadas a un afecto y muchas personas, sin saber por qué ni cómo, se refugian en la comida cuando sienten algún nivel de ansiedad o depresión: ‘ya no tengo hambre, pero sigo comiendo… porque me distrae y, por unos minutos, me hace olvidar aquello que me afecta’. Es entonces cuando, por más que intentes hacer dieta o pruebes mil maneras de bajar de peso, seguirás recurriendo al refrigerador en busca de consuelo si no resuelves tus problemas emocionales primero.

POR QUÉ BUSCAMOS UN REFUGIO EN LA COMIDA?

El primer placer que tenemos en la vida es comer. Cuando te alimentas de tu mamá a los pocos minutos de vida, sientes calor y protección. Desde ese momento y durante toda la vida, la alimentación representará ese apego con tu madre, y muchas veces al comer recordarás esa sensación de bienestar. Ahora podemos entenderlo, cuando estamos nerviosos, lo primero que hacemos es buscar un snack, pues tenemos un recuerdo inconsciente de aquellos días cuando el alimento estaba íntimamente asociado al amor y la sensación de estar cuidados. Cuando alguien nos hiere o se termina una relación de pareja, nos sentimos tan lastimados que comemos como una manera de recobrar aquel recuerdo inconsciente de protección total; nos sentimos tan vulnerables, tan lastimados, que nuestra mente busca una regresión –a través de la comida– a esos días en los que absolutamente nada ni nadie podía hacernos daño.

El problema es que este mecanismo ya no funciona, es una regresión a un pasado que no nos sirve para nada en el presente. Comer no nos protege porque nuestras necesidades ya son más complejas. Y más allá de eso, puede llegar a hacernos mucho daño si lo hacemos de manera descontrolada. Queramos o no, también está muy arraigada la enseñanza de comer para no lastimar u ofender a otro. Aunque no tengas hambre, si tu tía preparó algo ‘especialmente para ti’, lo comes para no herirla y sentir culpa. Entonces empezamos a acostumbrar al sistema digestivo a recibir más de lo que necesita. Nuestro cerebro deja de escuchar las necesidades del estómago porque está mucho más ocupado lidiando con la educación, el buen comportamiento y las necesidades de esa tía que nos sirve mucho y espera que nos lo acabemos todo como señal de cariño. Así, poco a poco, el acto de comer pasa a tener otro significado. Aunque la comida y los sentimientos están íntimamente ligados, pocas veces nos detenemos a pensar en ello. Quizás todavía no tenemos muy claro hasta qué punto los estados de ánimo están asociados con nuestra manera de comer.

ES QUE, EN SERIO, NO TENGO FUERZA DE VOLUNTAD…

Esta es la vieja excusa. Si analizas a una persona que en apariencia no tiene fuerza de voluntad te darás cuenta de que es capaz de cruzar la ciudad para visitar a su novio o a una amiga, quizá se sabe de memoria toda la saga de La guerra de las Galaxias o se pierde cuatro horas de sueño porque quiere terminar ese fabuloso libro que empezó ayer… y demuestra gran fuerza de voluntad para una cosa, pero no para la otra –que en este caso es dejar de comer– por qué? Porque no tiene nada que ver con qué tantas ganas tienes de lograr algo, sino con un problema psicológico que difícilmente se irá solo.  Una vez que identifiques que la raíz de tus ganas de comer se encuentra más en tus ansias, que en tu gusto, y trates el problema, te sentirás mucho mejor por dentro y por fuera.  Primero lo primero, es preciso detectar si en verdad tu relación con la comida tiene un trasfondo psicológico, y hacerlo es muy fácil: comer cuando tienes hambre y terminar al sentirte satisfecha, es el único modo de lograrlo. Si ya te diste cuenta que no es así y recurres al refrigerador más de un par de veces a la semana por cualquier otro motivo, es hora de tratar el problema. Hay que poner curitas en las emociones que duelan.

COMER PARA DEJAR DE SUFRIR

La tristeza no es lo mismo que la depresión, pues esta última incluye un elemento importantísimo: la necesidad de atacarnos. Estamos tristes por un hecho externo, como que nuestro mejor amigo se mudó al extranjero por trabajo, pero cuando sentimos que es nuestra culpa, entonces vienen ideas de que no merecemos el amor, la amistad, etcétera y nos deprimimos. Dejamos de lado la autoestima, somos crueles con nosotros mismos y nos llenamos de comida justamente porque nos hace daño. También puede ser para suprimir otro dolor más grande, como la pérdida de un ser querido. Sabemos que nos va a hacer sentir mal, tanto física como afectivamente, pero seguimos adelante porque en ese momento nos reconforta. Pero más común de lo que piensas. Al atracarnos por depresión, intentamos de manera poco eficiente tres cosas: castigarnos, llenar el hueco afectivo que sentimos y tener una sensación mayor de seguridad y protección. Ninguna de las tres se completa comiendo, porque el vacío en verdad no es alimenticio.

QUÉ ES LO QUE PODEMOS HACER PARA RESOLVERLO?

Los tengamos identificados o no, los problemas psicológicos duelen, y es una sensación inconfundible. Quizá no sepas a qué se debe ni puedas identificar el momento exacto cuando apareció en tu vida, pero es innegable que te pesa en la moral y en el corazón. Es necesario dejar de comer y trabajar en ello, pues el vacío afectivo se llenará con cariño. El sentimiento de tranquilidad de nuestra infancia no volverá nada más porque nos acabemos todo el helado; si queremos sentirnos escuchados y apoyados debemos buscar a una persona con quien platicar, alguien que nos escuche y nos apoye en nuestro momento de tristeza, una relación de cualquier tipo que nos ayude a sentirnos amados e importantes. Necesitamos portarnos como adultos y hacernos responsables por aquello que nos deprime. Trabajar, ponernos de pie y seguir adelante. 
Qué te tiene angustiada? Busca la causa y enfréntala… pues nunca podrás vencer a un enemigo al que le das la espalda. Cuando estés ansiosa realiza alguna actividad: haz ejercicio, sal a caminar, dedícate a un hobby, llama a algún amigo o familiar. Si no puedes alejarte de la comida, reemplázala, y en vez de terminar con todas las papitas de la bolsa, come verduras: ¡acábate el apio! Y, finalmente, si no encuentras una razón aparente de tu ansiedad, quizá es porque ésta tiene un origen inconsciente que no podrás descubrir a menos que visites a un profesional. Los amigos y familiares, aunque sean bien intencionados, no tienen la formación para conocer los orígenes de tus sentimientos. Así que no tengas miedo de acercarte a un terapeuta.

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