Es probable que conozcas a alguna de esas personas que siempre se están quejando, esas que se quejan cuando llueve y cuando sale el sol, cuando hace frío y también cuando hace calor, cuando están solas y cuando están acompañadas. A esas a las que nada les contenta y que encuentran los motivos más estrambóticos por los cuales quejarse, motivos que harían palidecer de envidia la fértil imaginación de Kafka.
En mi familia, donde nadie se queja sino que aguanta con estoicismo hasta la última estocada de la mala suerte, quejarse es sinónimo de miopía severa con los problemas del prójimo, ingratitud para con la vida y ganas de perder el tiempo inútilmente.
Pero como estas cosas normalmente no se las podemos decir directamente a esas personas que tienen la manía de quejarse por todo, no nos queda más remedio que aguantar el rosario de quejas asintiendo levemente con la cabeza, con la secreta esperanza de que termine pronto y haciendo acopio de una gran paciencia.
Los 3 motivos más comunes de las quejas
La primera razón es muy evidente: se sienten profundamente insatisfechas. En realidad esas personas no se están quejando de la lluvia o del calor sofocante, de la soledad o del mal trato que les dio la empleada de turno, se están quejando de su vida, del gran vacío que sienten y de la falta de sentido en las que están sumidas. Una persona que se queja por todo es una persona insatisfecha, alguien que no ha encontrado esas razones que le dan sabor a la vida.
La segunda razón es el hábito. De hecho, a menudo la queja es un comportamiento heredado de los padres. Estas personas asumen los lamentos como parte de su comunicación y no conciben una conversación sin ella. En algunos casos la manía de quejarse es tan extrema que si no lo hacen, simplemente no sabrían como romper el hielo o de qué hablar.
La tercera razón es un profundo egocentrismo sustentando en la falta de empatía. Estas personas dan por descontado que merecen más que las otras y, cuando no lo obtienen, se quejan. No son capaces de ponerse en el lugar de los demás y sentirse agradecidas porque su egocentrismo se los impide. Para estas personas, llueve porque el universo está en su contra y la crisis económica existe solo para contrariar sus planes.
Los 3 tipos de quejas a evitar
1. Quejas crónicas. Son utilizadas por personas que jamás están satisfechas, a las que nada les viene bien. Cuando estas personas "reflexionan" sobre sus problemas, solo se centran en los aspectos negativos, obviando por completo el progreso. Ese hábito incluso puede llegar a recablear el cerebro, consolidando las conexiones neuronales de la queja, a despecho de otras mucho más eficaces, como aquellas que nos permitan solucionar los problemas.
2. Quejas de validación emocional. Son la estrategia de personas que desean ventilar su profunda insatisfacción emocional. Obviamente, estas personas se centran en sus vivencias, preferentemente en aquellas negativas, para captar la atención de su interlocutor sacando a la luz su mala suerte, desilusión y/o frustración. Dado que sus quejas no están enfocadas en buscar soluciones sino en validar sus emociones, no escucharán de buen grado los consejos. El problema es que de esta manera, también harán que la otra persona se sienta mal ya que la negatividad se contagia con mayor rapidez que la positividad.
3. Quejas instrumentales. En este caso, las personas, en vez de expresar directamente su insatisfacción con la situación, simplemente recurren a las quejas para hacer notar su malestar. Suelen quejarse mucho menos que los demás, pero utilizan el lamento para llamar la atención sobre un problema que desean resolver. Por ejemplo, una persona podría quejarse con su pareja: "siempre llegas tarde, nunca tienes tiempo para mí". En el fondo, quiere solucionar el problema, pero no lo plantea de la manera más asertiva sino como un reproche.
Por qué las quejas no son la solución?
1. Las quejas conducen al inmovilismo. Las personas pueden quejarse cuánto quieran pero lo cierto es que llorar sobre la leche derramada no les servirá de mucho. Quejarse implica asumir el papel de víctima, implica despojarse del control y ponerlo en una entidad externa, implica quedarse inmóvil al borde del camino, lamentándose por lo ocurrido mientras las personas a su alrededor, que quizás han vivido la misma situación, se recomponen y continúan adelante.
2. Las quejas son un agujero negro por donde escapa la energía. Lamentarse por los errores del pasado, por las oportunidades que no se aprovecharon o por los problemas del presente solo consume energías inútilmente. La queja implica una focalización en los aspectos negativos mientras que lo que necesitamos para avanzar es precisamente lo contrario: centrarnos en los aspectos positivos. La persona que se queja continuamente lleva unas gafas grises y con ellas percibe el mundo (algunas incluso han olvidado que existen los colores).
3. Las quejas generan un estado de ánimo muy negativo. Todos los sucesos entrañan aristas positivas y negativas, centrarse en las limitaciones, los daños, la incomodidad y los fracasos solo generará frustración, tristeza e ira. De hecho, las personas que se quejan por todo casi siempre están enfadadas y sienten una profunda inquietud porque están a la espera permanente de que el mundo las sorprenda con otra “desgracia”.
4. Las quejas impiden buscar soluciones. Como estas personas no son capaces de apreciar el aspecto positivo de los hechos, se quedan regodeándose en la pena. No son capaces de sacarle provecho a las situaciones y aunque la fortuna tocase a su puerta, no podrían verla y aprovechar la oportunidad que les brinda. Por tanto, al final, la queja continua se convierte en una profecía que se autocumple.
5. Las quejas afectan las relaciones interpersonales. Todos tenemos nuestros propios problemas pero normalmente no andamos por el mundo pregonándolos para ver cuál es mayor, como si se tratase de un concurso de víctimas. Un día, nos da placer consolar a un amigo y escuchar sus penas. Al otro día, también. Pero al tercer día comienza a ser desgastante. Por eso, preferimos evitar a las personas que se quejan por todo y se comportan como verdaderos vampiros emocionales. Como resultado, estas personas se quedan solas, debido a un macabro mecanismo que ellas mismas pusieron en marcha. Y si los demás les dejan solo, pues ya tendrá un nuevo motivo para quejarse.
Normalmente la persona que se queja por todo no es consciente de ello (la carga de la conciencia la soportan quienes están cerca y ni siquiera se lo pueden hacer notar porque de esta forma solo le estarían dando un motivo más para lamentarse: la profunda e insondable incomprensión de los demás).
En un primer momento, la queja puede haber surgido de un motivo razonable, como por ejemplo: una pérdida o una experiencia muy negativa. En aquel momento, la persona se quejó y encontró el apoyo de quienes la rodeaban. Demostró que era una víctima (sufriente y doliente) y probablemente le perdonaron sus errores.
Así, descubrió que lamentarse era un mecanismo válido para manipular a los demás. También descubrió que los sentimientos de culpa que sentía se esfumaban como por arte de magia, entró en el mundo de la autocomplacencia. En este punto la queja se convirtió en una puesta en escena, en un hábito para enfrentar los conflictos y para atraer la atención de los demás.
De esta manera, poco a poco, lo que comenzó siendo una queja por un motivo válido se convirtió en un lamento cada vez más trivial, por el calor, el frío o el sonido de una mosca al volar. Sin embargo, lo más curioso es que las personas menos favorecidas o quienes han atravesado experiencias realmente desgarradoras, no se quejan porque esta actitud no tiene nada que ver con las calamidades sino con la forma de enfrentarlas.
Por tanto, la próxima vez que pienses en quejarte, pregúntate:
- ¿Qué inseguridad o insatisfacción oculta esa queja?
- ¿Tengo motivos válidos para quejarme?
- ¿Qué aspectos positivos te traerá la queja?
rinconpsicologia
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