Despedir un amor, un trabajo y hasta entender que los hijos se van, ayuda a madurar y a cerrar relaciones que, de mantenerse, son peligrosas.
Hay momentos en los que la ambigüedad es la madre de todas los males. Como si la vida se pudiera suspender por temor a dar pasos difíciles pero necesarios, nos negamos a tomar decisiones trascendentales para continuar nuestro camino personal y dejar que otros hagan lo propio con sus vidas.
Situaciones afectivas agotadas, trabajos que no producen alegría, relaciones que agonizan y en las que ya es un imposible recuperar la fuerza que en algún momento tuvieron, son hechos que exigen respuestas de fondo.
De nada sirve esperar a que la vida pase si su trasegar sólo traerá mayor desconcierto y la sensación de frustración e impotencia. Tomar las decisiones a tiempo, con más racionalidad que emotividad y evaluando cada hecho en su justa medida, son recomendaciones saludables cuando se vive con el deseo de aprender y disfrutar.
Amores que enredan
En culturas como la nuestra, en la que prima la idea de poseer objetos, relaciones y hasta personas, decir adiós cuesta mucho más, a esto se suma que esos modelos ideales que nos señalan cómo debemos vivir, también están cargados de cosas que debemos tener, así que cuando llega el momento de dejarlas, esa ruptura es más compleja y traumática.
Una de las mayores críticas que hoy se le hace al pensamiento occidental es que enseñó a ser muy dependientes de las personas, contrario a lo que ocurre en Oriente donde se predica una visión de la vida en la que prima más ser que tener. En este sentido es más valioso vivir feliz que tener —porque es lo que está bien visto— una relación afectiva que ya no permite crecer ni encontrar sentido a la vida compartida.
Desprenderse de una idea posesiva del amor, es entender que la vida tiene su propio curso y que si bien hay una promesa y un compromiso cuando se afirma querer a alguien, este acuerdo o deseo tiene su propio límite marcado por la posibilidad de encontrar la felicidad y la realización de ambos en esta decisión.
Por eso, una nueva visión del amor está enfocada a recibir las cosas y sentir a las personas que nos acompañan en momentos clave de la vida, como donaciones, es decir, como regalos y oportunidades, por esto mismo, es más valioso la calidad y la intensidad de la relación que la durabilidad de ésta. En otras palabras, el amor no es una promesa de obligatorio cumplimiento hasta el infinito, sino que es una oportunidad de vivir intensamente el aquí y el ahora, dure lo que dure.
Así, desde una concepción distinta de este sentimiento, razones como “no puedo vivir si ti”, o “qué sería de mi vida si te vas”, o “si no me quieres tú, quién más me va a querer”, son salidas en falso cuando la dependencia es la razón más poderosa para amar.
Buscando la salida
Acompañando cada adiós está la idea de desprendimiento, de ser capaz de tomar distancia de aquello en donde hemos puesto el corazón y la vida, aprender las lecciones de ese paso y mirar hacia un nuevo horizonte.
Pero no todos los adioses son iguales, hay despedidas voluntarias y otras forzosas, están aquellas personas que toman la decisión consciente de romper con una relación, y hay otras que se ven afectadas por esto, sin haber incidido ellas en la decisión. Además, en una ruptura no sólo está en juego lo afectivo, sino que muchas veces también está lo económico. Entonces, los gastos del hogar compartidos por una pareja o la comodidad que brinda seguir viviendo en casa de los papás, así desde hace rato se haya dado el momento de vivir de manera independiente, son algunas de las situaciones que también se ponen en cuestión a la hora de decir no más.
Sea cual sea el caso, si usted, su pareja, ambos o sus hijos tienen claro que el próximo paso que darán es partir, es necesario prepararse para esto, es decir, elaborar el hecho como parte de un proceso en el que es necesario saldar todo, hacer un balance saludable y amoroso, para luego sanar posibles heridas o malestares y comenzar nuevas búsquedas personales y afectivas.
Cuestión de tiempo
Asumir las consecuencias del adiós de una manera distinta, nos lleva a que vamos más allá de experimentar la tristeza como único sentimiento frente a este hecho. Por el contrario, una despedida puede ser una oportunidad para hacer un alto en el camino, para ponerle punto final a situaciones que aparentemente se presentan como sin salida, a romper con círculos viciosos que por temor a la soledad mantenemos, y sobre todo para hacernos responsables de nosotros mismos y de nuestra felicidad.Todo adiós remite necesariamente a una muerte simbólica, pero a su vez significa una transformación, es decir, obliga a que algo muera para que se abra espacio a otra cosa. Son como pequeñas muertes de uno mismo que le darán paso a nuevos procesos.
Así como la naturaleza, los seres humanos también tenemos ciclos que comienzan y terminan, la clave está en entender que ese temor al cambio debe superarse racionalizando sus fases.
Frente a todo cambio, la primera fase hace referencia a la negación: “Esto no me puede pasar a mí”. Incluso, en caso de que se haya buscado el cambio, también se puede experimentar resistencia y esto da paso a un segundo momento: “Yo cómo voy a cambiar esto por aquello?”, “realmente no sé si quiera cambiar”, “si será tiempo de irme?”, etc. Así que, una vez conscientes de todo, viene la tercera fase que es definitivamente la de la aceptación, en la que finalmente se comprende que hay que seguir viviendo con esa nueva situación y se sientan las bases para que lleguen nuevas realidades.
fucsia
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