martes, 7 de agosto de 2018

Un cuento sobre la felicidad

Posted By: CLAUDIA CORIN - agosto 07, 2018

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Había una vez un rey cuya riqueza y poder eran tan inmensos, tan inmensos, como eran de inmensas su tristeza y desazón.

—Daré la mitad de mi reino a quien consiga ayudarme a sanar las angustias de mis tristes noches –hizo saber un buen día.

Quizá más interesados en el dinero que podían conseguir que en la salud del rey, los consejeros de la corte decidieron ponerse en campaña y no detenerse hasta encontrar la cura para el sufrimiento real. Desde los confines de la tierra mandaron traer a los sabios más prestigiosos y a los magos más poderosos de entonces, para ayudarles a encontrar el remedio que tanto anhelaban para recuperar a su majestad.

Pero todo fue en vano, nadie sabía cómo sanar al monarca.

Una tarde, finalmente, apareció un viejo sabio que les dijo:

—Si encontráis en el reino un hombre completamente feliz, podréis curar al rey. Tiene que ser alguien que se sienta totalmente satisfecho, que nada le falte y que tenga acceso a todo lo que necesita.

—Cuando lo halléis –siguió el anciano–, pedidle su camisa y traedla a palacio. Decidle al rey que duerma una noche entera vestido solo con esa prenda. Os aseguro que por la mañana despertará curado.

Los consejeros se abocaron de lleno y con completa dedicación a la búsqueda de un hombre feliz, aunque sabían que la tarea no resultaría fácil. En efecto, el hombre que era rico, estaba enfermo; el que tenía buena salud, era pobre. Aquel rico y sano, se quejaba de su mujer, y esta, de sus hijos.

Todos los entrevistados coincidían en que algo les faltaba para ser totalmente felices, aunque nunca se ponían de acuerdo en aquello que les faltaba. Finalmente, una noche, muy tarde, un mensajero llegó al palacio. Habían encontrado al hombre tan intensamente buscado.

Se trataba de un humilde campesino que vivía al norte, en la zona más árida del reino. Cuando el monarca fue informado del hallazgo, lleno de alegría mandó que le trajeran de inmediato la camisa de aquel hombre, a cambio de la cual deberían darle al campesino cualquier cosa que pidiera.

Los enviados se presentaron de inmediato en la casa de aquel hombre para comprarle la camisa y, si era necesario –se decían–, se la quitarían por la fuerza...

El rey tardó mucho en sanar de su tristeza. De hecho, su mal se agravó cuando se enteró de que el hombre más feliz de su reino, quizá el único totalmente feliz, era tan pobre, tan pobre, tan pobre... que no era dueño ni siquiera de una camisa.


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