El desprecio puede catalogarse como uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis, fuente de muchos de los problemas en las relaciones interpersonales y causa de rupturas y sinsabores. Sus tentáculos son largos y pueden causar mucho daño, como afirmaba Voltaire: “todo es soportable salvo el desprecio”.
De hecho, no debemos olvidar que aunque el desprecio está dirigido hacia los demás, también se refleja hacia dentro, al igual que todas las emociones negativas, de manera que termina dañando a quien lo experimenta.
El desprecio es lo opuesto a la empatía. La empatía implica ser capaz de ponerse en el lugar de los demás, experimentar sus emociones y comprender sus ideas, mientras que el desprecio implica una actitud de arrogancia y superioridad con la cual se juzga al otro. La empatía nutre los vínculos de la relación mientras que el desprecio los rompe.
El desprecio es un sentimiento negativo producto de considerar que alguien es inferior. A menudo, aunque no siempre, aparece junto a otras emociones como la ira y el disgusto. De hecho, se considera que forma parte de la “Tríada de la Hostilidad”, formada por el desprecio, la ira y el disgusto. Esto significa que el desprecio no es simplemente una evaluación negativa de la otra persona sino que también despierta sentimientos de hostilidad.
De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Bari reveló que el desprecio provoca una gran activación de la amígdala, la estructura cerebral por excelencia donde se procesan las emociones.
En muchas ocasiones el desprecio y la ira van de la mano, por lo que es difícil determinar dónde termina una emoción y comienza la otra. De hecho, ambas emociones tienen un origen común: la culpa.
Despreciamos o nos enfadamos con una persona porque la culpamos por lo que ha hecho.
En el caso de la ira, culpamos al otro porque ha hecho intencionalmente algo que consideramos equivocado. En el caso del desprecio, culpamos a esa persona pero en términos de estupidez, incompetencia o inmoralidad. En la ira realizamos una atribución de la culpa situacional y en el desprecio disposicional.
Esa es la razón por la cual, cuando sentimos desprecio, podemos pensar que esa persona ni siquiera merece nuestra atención. Es un patrón de evaluación diferente porque implica que nos hemos rendido, pensamos que esa persona no es lo suficientemente buena, que no puede cambiar y que no merece que le destinemos nuestra energía y tiempo.
Esa evaluación de inferioridad relacionada con la ausencia de control también tiene repercusiones distintas a corto y largo plazo. El desprecio es una emoción excluyente que da paso a la indiferencia y a intentar sacar a esa persona de la red social o, en el peor de los casos, aniquilarla directamente, en el sentido literal o metafórico.
De hecho, las emociones tienen una función social ya que generalmente promueven la vinculación. La ira, por ejemplo, implica acercarse a la persona para “atacarla”. Es una especie de retroalimentación negativa con la cual pretendemos que esa persona cambie su comportamiento.
El desprecio, al contrario, es una excepción ya que su función no es vincular sino preservar o si fuera posible ampliar la distancia entre las personas y romper cualquier posibilidad de intimidad.
Vale aclarar que en algunos casos, la ira sostenida no ayuda a cambiar a la persona sino que agrava su comportamiento. Entonces el enfado genera una sensación de impotencia que da paso al desprecio. Generalmente se trata de un mecanismo que ocurre por debajo del umbral de nuestra conciencia.
No obstante, en otros casos podemos elegir de manera más o menos consciente el desprecio porque sabemos que la ira es una respuesta social más castigada o mal vista. En práctica, las implicaciones sociales negativas relacionadas con la ira, nos puede llevar a elegir el camino del desprecio y la indiferencia, que es más aceptado a nivel social ya que su expresión es más velada, aunque ello no significa que haga menos daño a nivel psicológico.
Las causas del desprecio
El desprecio suele ser una reacción ante una situación específica, generalmente ante el comportamiento de una persona o grupo. Podemos sentir desprecio porque nos han herido, insultado o humillado profundamente. También podemos sentir desprecio hacia alguien que ha transgredido un código moral, como es el caso del maltrato, la traición, el engaño o la falta de respeto.
De hecho, el desprecio es una “emoción moral”. En contraste con otras emociones, el desprecio normalmente es una respuesta ante lo que consideramos una transgresión de los límites y las normas, ya sean sociales o personales.
En otros casos el desprecio no surge de manera automática sino que es el resultado de una serie de conflictos recurrentes que no se han resuelto de manera satisfactoria y que van degenerando lentamente hacia una actitud negativa hacia la otra persona.
No obstante, el desprecio no depende únicamente de lo que nos ocurre, no es una emoción reactiva sino que también de cómo procesamos la situación. Se ha demostrado que las personas con una tendencia a la empatía suelen sentir menos desprecio ya que intentan comprender a los demás en vez de juzgarlos. Al contrario, las personas más egocéntricas y narcisistas suelen experimentar más desprecio. De hecho, cuanto más superior se considere la persona, más percibirá a los demás como inferiores y más probabilidades tendrá de despreciarlos.
Los daños que provoca el desprecio
El desprecio suele estar muy presente en la vida diaria, variando su intensidad. En el entorno de trabajo, ya sea en el trato con los colegas o los superiores puede estar a la orden del día, aunque también se manifiesta en las relaciones con los familiares y a nivel social se expresa hacia determinados grupos que consideramos ajenos e inferiores al nuestro.
De hecho, despreciar va mucho más allá de decir una frase hiriente. El desprecio también se demuestra a través de pequeñas señales como el tono negativo y sarcástico de la voz, poner los ojos en blanco, levantar ligeramente el labio superior o relacionarse desde la indiferencia más profunda, haciendo como si esa persona no existiese.
Sin embargo, alimentar el desprecio no es bueno para nadie, ni para el despreciado ni para quien desprecia. Ya lo había dicho Honoré de Balzac: “las heridas incurables son aquellas infligidas por la lengua, los ojos, la burla y el desprecio”.
El desprecio puede generar un profundo daño a la autoestima. La persona despreciada comprende que no se espera nada de ella. Las miradas o los comentarios despectivos dirigidos a mostrarle que para nosotros no es nadie, conduce a una disminución de la confianza en sí mismo y una sensación de incompetencia. Al ser tratada como alguien inferior, puede comenzar a sentirse como alguien inferior. Eso genera una profecía que se autocumple.
Sin embargo, el desprecio es un arma de doble fino que termina afectando a quien lo experimenta. Este sentimiento se alimenta de pensamientos negativos que hierven a fuego lento sobre otra persona o grupo, lo cual no solo conduce a conflictos peligrosos y destructivos sino que además es una fuente de malestar psicológico que impide encontrar la paz interior.
Aunque el desprecio se expresa con frialdad, en el interior es un sentimiento que bulle, por lo que no es extraño que se haya encontrado que cuando uno de los miembros de la pareja desprecia al otro y mantiene actitudes despectivas, es más propenso a contraer enfermedades infecciosas. Y es que el desprecio es un veneno que también destruye la salud emocional y física de quien lo experimenta.
rinconpsicologia
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