Probablemente no haya nada más absurdo que una ver película porno con permanentes píxeles que tapan todas y cada una de las escenas. Pero si quienes lo hacen son los japoneses, seguro que tendrán una buena razón.
En Japón la pornografía inunda librerías, pequeños supermercados y lógicamente establecimientos exclusivos para adultos. Su uso es tan elevado que se estima que supera los 20.000 millones de euros, lo que equivale al 1% del PIB del país. Aún así, a pesar de estos datos, su consumo no es del todo libre. Los japoneses asumen y aceptan con resignación que el disfrute de toda esta industria deben hacerla con los populares bokashi, los efectos digitales -a modo de mosaico- que distorsionan los genitales de todas las escenas con contenido sexual explícito.
El responsable de todo ello es el código penal japonés, que a través del artículo 175 clasifica como ilegal la distribución de material indecente. Así que la única forma de salvar tal restricción es ocultando lo que todo el mundo pretende ver. Aunque la censura se ha ido relajando en los últimos años, sigue estando presente en todas las producciones donde aparecen desnudos acompañados de actos sexuales, lo que afecta directamente a toda producción pornográfica que se realiza en el país o que se importa al archipiélago. La regulación en este sentido es muy estricta, ya que dicha legislación castiga con dos años de prisión o con multa de dos millones y medio de yenes a quienes posean material obsceno con fines comerciales o lucrativos.
Aunque los japoneses no son demasiado propensos a mostrar su disconformidad con las normativas, en particular, ni con las Instituciones, en general, las voces más críticas en este sentido creen que el artículo en cuestión contradice la libertad de expresión garantizada por la Constitución japonesa, que para los expertos en la materia es una ley superior a la del código penal. Durante las últimas décadas han sido numerosos los litigios judiciales que han tenido lugar en Japón, entre editores y fiscales a propósito de la publicación de algunos trabajos donde la acusación veía delito por la difusión de contenido obsceno. Unos contenciosos que se eternizan en los juzgados debido a que el código penal no define con exactitud el término “obsceno”, por lo que la ambigüedad y la libre interpretación del concepto dan pie a numerosos debates por parte de los interesados.
En un momento en el que la pornografía tiene un peso tan importante en la sociedad e incluso en la economía japonesa, los órganos supervisores ya no son tan estrictos como en décadas anteriores. El profesor Puig González nos recuerda que en 1996 los japoneses lograron ver por primera vez vello púbico en una película comercial sin ser recortada por la censura de la Junta Ética Cinematográfica. Tal mérito llegó de la mano del filme Más allá de las nubes de los directores Michelangelo Antonioni y Wim Wenders. La película franco-ítalo-germana recogía cuatro historias sobre el amor y el sexo.
El “órgano censor” japonés pretendía que dos escenas de la película, donde se veía vello púbico, fueran cortadas del largometraje. Los distribuidores apelaron la decisión argumentando que “censurar escenas de sexo a través de cortes es una violación de la expresión artística del creador”, según informaba la agencia de información Reuters. Finalmente, la junta aceptó dejar intactas las secuencias debido al contenido moderado de las mismas.
Tradición sexual
La relación de los japoneses con los productos de contenido sexual se remonta a varios siglos atrás. Por ejemplo, en el siglo XVII se popularizó entre la sociedad nipona un arte pictórico denominado shunga, que algunos consideran la inspiración del hentai actual. Se trataba de unas pinturas que representaban escenas sexuales explícitas entre personas y, en ocasiones incluso, con seres mitológicos. Ya entonces, dichas obras no fueron aprobadas por el shogunato, la forma de gobierno militar de Japón durante buena parte de su historia, con lo que su distribución se hizo a lo largo de los siglos de manera clandestina.
Porno japonés censurado vs porno occidental libre
Si alguien se pregunta qué sentido tiene seguir viendo pornografía censurada en Japón, con las múltiples posibilidades que ofrece hoy en día internet, es porque quizás no conoce lo suficientemente el mundo nipón. La sociedad japonesa es muy proteccionista y el producto nacional está siempre entre las preferencias de los consumidores. Con mucha certeza este criterio, que se aplica para el consumo de infinidad de productos cotidianos, también sirve para el visionado de películas para adultos.
De hecho, la preferencia por el producto nacional se demuestra con la comercialización de rocambolescos aparatos que prometen eliminar el mosaico censor de las imágenes de los DVD que se comercializan. El artefacto en cuestión se llama mozaiku jyokyo-ki y se puede adquirir incluso en Amazon por unos 160 euros, como relata Miura TV en su propio canal de Youtube, a quien por cierto el invento no le funciona demasiado bien.
lavanguardia
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