Jack Lemmon, hombre de vida solitaria, apocado y al que casi nada le sale bien, presta el diminuto piso en el que vive a sus jefes para sus citas con sus amantes. Confía en un ascenso gracias a ese favor. Lo que no calcula C.C. Baxter (Lemmon) es que todo se complicará al enamorarse de la amante de uno de sus ex jefes. El Apartamento (1960) es una película de ‘losers’, de perdedores. La historia de un agente de seguros que despierta enseguida empatía por la poca suerte que tiene en este mundo.
Las historias de perdedores siempre han funcionado muy bien, y lo siguen haciendo en el cine y en la literatura. Quizás porque, como explican más adelante en este reportaje algunos psicólogos, mirarse en el espejo de un perdedor ayuda a superar frustraciones propias.
Charles Chaplin robó el corazón de millones de personas en Luces de la ciudad (1931) al ponerse en la piel de un vagabundo que hará lo imposible y pasará por todo tipo de avatares para ayudar a una chica ciega que vive en la calle y de la que se enamora.
Nadie ha vivido el fracaso con tanta dignidad como Charlot. Se comía los zapatos y cordones con el mismo porte que un sibarita degusta un manjar en un restaurante de lujo. Y se sacudía el polvo de sus raídos pantalones para recuperar la compostura con una elegancia envidiable.
Hay muchos otros ejemplos de perdedores que enamoran. Emma Bovary, una historia de desengaño en el amor. Will Smith, como un padre fracasado y abnegado En busca de la felicidad. Robert De Niro en Érase una vez en América. Los protagonistas de la mayoría de novelas de Tom Sharpe...
Y qué decir de El Quijote o El Lazarillo de Tormes. Eran también perdedores. Personajes que atrapan de inmediato al lector por sus particulares circunstancias y generan al mismo tiempo admiración por su entereza o esfuerzo en sus actos para alcanzar, aunque pueda parecer imposible, sus particulares objetivos.
Prestar atención a la evolución de estas personas sumidas en la frustración siempre resultará más interesante que centrar la mirada en aquellas que nadan en el éxito y triunfan en todo lo que hacen.
Continúa hoy viva esa admiración por los perdedores?
Responde Helena Romeu, psicóloga clínica. “Vivimos en una sociedad en la que todos llevamos una máscara, con patrones que hay que seguir. Se supone que tenemos que ser buenas personas, ganar dinero, tener éxito en el trabajo, triunfar en las relaciones de pareja, aprovechar los estudios... Y eso provoca que haya mucha frustración al percibir o descubrir que no estamos alcanzado todos esos objetivos. Es lo que vemos en las consultas”.
Así que Romeu confirma que sí, que se sigue empatizando con los perdedores. Y además eso nos aporta más efectos positivos que negativos. “Conocer sus historias es como mirarse en un espejo y comprobar que todo no puede ser tan perfecto, ese reflejo del perdedor nos hace sentir más humanos”, añade esta psicóloga que trabaja en el gabinete Dr. Romeu de Barcelona.
Arantxa Coca, doctora en Psicología, licenciada en Psicopedagogía y Analista Transaccional comparte con su colega que esta sociedad “se ha vuelto muy competitiva, y si ahora no tienes una cuenta de Instagram repleta de likes, no eres nadie, eres un loser”.
Coca precisa, sin embargo, que a la admiración a los perdedores al uso “se está sumando una creciente empatía hacia esas personas que se niegan a entrar en el mundo del automárketing, que rehúsan vivir pegadas a un WhatsApp y también a exhibirse en las redes sociales. Son esas personas que apuestan por un estilo de vida diferente, sin seguir los patrones establecidos ni importarles el triunfo tal y como lo tenemos entendido”.
Sería este un nuevo perfil de “perdedor” propio del siglo XXI?
“Podríamos incluirlos en esa categoría”, responde Arantxa Coca. “Esas personas, al no gozar de éxito ni reconocimiento social, ni aspirar tampoco al poder, serían unos ‘don nadie’ ante el gran escaparate global. Pero al mismo tiempo esa conducta está empezando a generar admiración, aunque haya más fracasos que triunfos, por la valentía de tomar un camino diferente (serían Quijotes de la era moderna) al seguido por la gran mayoría”.
Empatizar con un perdedor, indica Helena Romeu, “es la mejor terapia para superar la frustración, al darnos cuenta de que no siempre es verdad que a los otros les va mejor que a nosotros. Al mirar ese espejo que refleja el fracaso se asume que hay realidades mucho peores que la nuestra”. Romeu comparte con Coca que “hoy nos llama como nunca la atención esa persona que decide ir a contracorriente, que no es políticamente correcta y que busca algo más que el éxito y el reconocimiento social”. Ese perdedor moderno buscaría serlo para huir de los cánones de un mundo que parece reservado sólo al triunfo o para aquellos a los que todo les sale rodado.
La literatura y el cine han vivido de historias en las que amor y perdedores (un claro ejemplo es la película El Apartamento) forman un potente binomio. Es algo muy lógico, afirma Arantxa Coca. “Generalmente, en el enamoramiento de un perdedor hay una ansia por rescatarle y convertirlo en un ganador. De repente, la rana se convirtió en príncipe. El interés hacia esa persona reside o en su belleza interior o en la compasión que despierta y el impulso por ofrecerle algo mejor. Una persona perdedora puede convertirse en el proyecto personal del otro. O, como decía, en fuente de admiración porque se contenta con poco y se resigna con lo que tiene”, indica la psicóloga.
Coca apunta, asimismo, que estas historias siguen interesando tanto en el cine y la literatura porque cuando se siguen los pasos de un perdedor “siempre se está esperando el renacimiento de un héroe. Aguardar a que ocurra ese milagro engancha mucho, como también comprobar como los perdedores desaprovechan oportunidades para salir del agujero”. Es lo ha explotado también mucho el cine y la literatura.
Esta psicóloga pone algunos ejemplos: Las mujeres fatales del cine, muy sexys y bellas pero fracasadas en la búsqueda del amor. O Mr. Bean, el arquetipo de individuo que vive al margen de lo cívico y las normas sociales, al que todo le sale mal (un gafe) pero que es feliz en su pequeño mundo, no aspira a más. Y, además, en ocasiones renace el héroe escondido en ese personaje tan conformista”. Y continúa Coca: “Bogart es otro ejemplo. El de hombre duro, con un pasado difícil, con una vida sin suerte en el amor, que encuentra en la fémina su salvación y reconversión a hombre feliz y ganador. Con el añadido de que la chica que le rescata siempre es guapa”.
Qué es un perdedor?
Helena Romeu apunta que hay muchos perfiles de perdedores. Todo va a depender del mundo o entorno en el que se viva. Y se pregunta quién decide qué es éxito y qué es fracaso. “Para algunos trabajar diez horas en una fábrica puede ser una frustración, mientras que para otros los perdedores son los que viven atrapados en una sociedad de consumo”, indica esta psicóloga.
Arantxa Coca tira de manual para definir qué es un perdedor. “Sería, por ejemplo, el que no tiene reconocimiento o admiración social, pero también la persona anónima, que no destaca en nada y por los tanto es vista a ojos de los demás como una persona plana, aburrida, e incluso tonta”. También podría considerarse como perdedor, continúa esta psicóloga, “a la persona que asume un rol de víctima: todo me sale mal, no tengo suerte en el amor o en el trabajo...”. O el que clínicamente arrastra un guión de perdedor, o sea, el que no tiene autoestima o tiene algún tipo de depresión. “Estas personas a veces no son vistas como perdedoras por su entorno. Son ellas mismas las que se sienten perdedoras”, concluye Arantxa Coca
Hay personas que, más que ser vistas como perdedoras por el entorno, asumen ellas ese papel al sentirse frustradas
lavanguardia
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